Compartimos
extractos del texto “La Mujer en el Camino de su Emancipación” de
Carmen Jiménez Castro publicados por Cultura Proletaria. Allí se analiza
que algunas conquistas necesarias en el camino de liberación femenina
responden a derribar los escombros de la vieja sociedad capitalista -en
nuestro caso, específicamente capitalismo burocrático- y no significan
aún la construcción del socialismo. Es decir, necesitamos derribar y
retirar los escombros de la vieja sociedad capitalista con una
revolución democrática de nuevo tipo para poder avanzar hacia el
socialismo y el fin de la explotación de la mujer.
Luego continúa su análisis en el tránsito del capitalismo al socialismo, apuntando a la perspectiva del comunismo.
(…) La opresión de la mujer es
consecuencia directa del sistema social de explotación y va ligada,
pareja e indisolublemente, a la aparición de la propiedad privada y de
las clases. Para solucionar esta contradicción, para conseguir su
verdadera y total emancipación no existe más camino que la revolución
socialista, única que barrerá las bases sobre las que se asienta dicha
opresión.
La revolución socialista sienta las bases
económicas, políticas y sociales que permiten a la mujer alcanzar la
igualdad con los demás miembros de una sociedad en donde ha sido
eliminada la explotación del hombre por el hombre.
Tras la revolución socialista, el primer
paso que se da es la proclamación de la igualdad de derechos para la
mujer, obteniéndose, por tanto, la igualdad jurídica; pero el contenido
de ésta es radicalmente diferente de las mismas conquistas ya obtenidas
bajo el sistema capitalista. En el plano económico, una de las primeras
medidas puesta en marcha es su incorporación a la producción social y su
participación en ella en igualdad de condiciones; con ello, no sólo
desaparece la discriminación salarial, sino que también la mujer puede
acceder a ciertas profesiones que en la sociedad capitalista le estaban
vedadas; al tiempo, se empiezan a poner los medios necesarios para ir
acabando con la pequeña economía doméstica que la esclaviza y oprime; se
suprime, asimismo, la discriminación en la educación, la prostitución y
la dualidad moral entre los sexos. Pero, todo esto, son sólo los
primeros pasos.
Lenin, un año después de la Revolución de
Octubre, escribía: Observad la situación de la mujer. Ningún partido
democrático del mundo en ninguna de las repúblicas burguesas más
avanzadas, ha hecho, en este aspecto, en decenas de años, ni la
centésima parte de lo que hemos hecho nosotros en el primer año de
nuestro Poder. No hemos dejado piedra sobre piedra de las vergonzosas
leyes que establecían la inferioridad jurídica de la mujer, que ponían
obstáculos al divorcio, de los odiosos requisitos que se exigían para
él, de la ilegitimidad de los hijos naturales, de la investigación de la
paternidad, etc. En todos los países civilizados subsisten numerosos
vestigios de estas leyes, para vergüenza de la burguesía y del
capitalismo. Tenemos mil veces razón para estar orgullosos de lo que
hemos realizado en este sentido. Pero cuanto más nos deshacemos del
fárrago de la viejas leyes e instituciones burguesas, tanto más claro
vamos viendo que sólo se ha descombrado el terreno para la construcción
pero no se ha comenzado todavía la construcción misma.
La Revolución Socialista es el punto de
partida tras el que las mujeres comienzan a recorrer masivamente el
camino que les conduce a su emancipación, pero llegar a hacerla realidad
requiere de un largo proceso. El socialismo es una etapa de tránsito
que media entre el capitalismo y el comunismo y que tiene por objetivo
la transformación revolucionaria de todas las esferas de la vida, para
poder hacer realidad el principio “De cada uno según su capacidad, a
cada uno según sus necesidades”. La emancipación de la mujer está
enmarcada dentro de este largo proceso que culmina en la sociedad
comunista.
Por tanto, nada hay más alejado de la
realidad que la simplificación, que a menudo se hace sobre el tema de la
emancipación de la mujer, reduciéndolo a la simple cuestión de alcanzar
la igualdad jurídica y la independencia económica. La abolición de la
propiedad privada sobre los medios de producción y la incorporación de
la mujer al trabajo son condiciones indispensables para su emancipación,
pero no la determinan por sí solas. Junto a esta base primordial, son
necesarios otros factores de cardinal importancia, tales como la
socialización del trabajo doméstico, la eliminación de la división del
trabajo entre los sexos, la transformación revolucionaria de la familia,
del concepto de la maternidad, de la educación de los hijos, de las
relaciones entre hombres y mujeres… Todas estas transformaciones que
hacen posible la emancipación de la mujer, sólo se pueden lograr con su
participación activa en la transformación de la sociedad; al mismo
tiempo, sólo con esta participación plena, se podrá combatir y erradicar
la ideología propagada durante siglos en torno a su inferioridad ya las
cualidades innatas a su sexo.
En el socialismo, la incorporación a la
producción tiene un alcance aún más significativo que el hecho de
conseguir la independencia económica. Esto, que ya de por sí es un
importante paso, se convierte, además, en un arma liberadora, a través
de la cual, la mujer sale de las cuatro paredes del hogar y participa
activamente en la transformación de la sociedad. Para que la
incorporación de la mujer al trabajo pueda ser efectiva, se necesita la
transformación del trabajo doméstico y que la mujer deje de encargarse
de esta actividad económica que, a lo largo de los siglos, la ha
relegado de todas las esferas sociales. La mujer -dice Lenin- continúa
siendo esclava del hogar, a pesar de todas las leyes liberadoras, porque
está agobiada, oprimida, embrutecida, humillada por los pequeños
quehaceres domésticos, que la convierten en cocinera y niñera, que
malgastan su actividad en un trabajo absurdamente improductivo,
mezquino, enervante, embrutecedor y fastidioso. La verdadera
emancipación de la mujer y el verdadero comunismo no comienza sino en el
país y en el momento en que empiece la lucha en masa (dirigida por el
proletariado, dueño del Poder del Estado) contra esta pequeña economía
doméstica, o más exactamente, cuando empiece su transformación en masa
en una gran economía Socialista.
La socialización del trabajo doméstico es
esencial para la liberación de la mujer. La existencia de la familia,
configurada como centro donde se reproduce diariamente la fuerza de
trabajo de forma privada, ha sido la base sobre la que se ha asentado la
división del trabajo entre los sexos, su discriminación y, por tanto,
la barrera que ha impedido la participación de la mujer a nivel social;
si no se comprende esta importante tarea la igualdad entre los sexos
será formal, jurídica, pero en modo alguno real y, en consecuencia, la
contradicción entre hombres y mujeres seguirá latente.
Otro aspecto importante que trae
aparejada la colectivización de la reproducción de la fuerza de trabajo,
es la destrucción de la función económica y política que tiene asignada
la familia en las sociedades clasistas. La familia -conformada como
unidad económica privada- entre en conflicto con la economía social
transformada por la revolución y no regida ya por la propiedad privada;
en el terreno ideológico y político, mientras la familia siga cumpliendo
una actividad económica con carácter privado, será generadora de
ideología burguesa y no podrá erradicarse totalmente la influencia de la
propiedad privada y el individualismo, lo que afectará, necesariamente,
no sólo a la emancipación de la mujer, sino también a la formación del
hombre y la mujer nuevos.
A medida que la familia pierda su
contenido económico, se producirán importantes transformaciones en su
seno, dejarán de existir las relaciones de subordinación y dependencia
de los hijos respecto a los padres y de la mujer respecto al hombre y,
de la antigua familia, sólo quedarán en pie las relaciones de amor y
afecto entre sus miembros que, al no verse enturbiadas por los intereses
económicos, estarán basadas en la igualdad y el respeto mutuo. Para
avanzar en este sentido y transformar totalmente la familia, también es
necesario transformar la educación, el concepto de la función de la
maternidad y el matrimonio.
Junto a la incorporación de la mujer a la
producción, es necesaria también su incorporación a la actividad
política, al estudio, a las discusiones políticas ya la lucha de clases.
Este aspecto es de suma importancia; a través de él es como las mujeres
toman conciencia, masivamente, de su estado de opresión y marginación y
emprenden la lucha por la transformación de la sociedad y, en concreto,
de todos aquellos aspectos donde se materializa su opresión. Para ello,
es necesario partir, precisamente, de esta situación desigual en que se
encuentra.
La emancipación de la mujer supone
ponerla en condiciones para su integración plena en el proceso
revolucionario, para que participe con clara conciencia en la
construcción de una sociedad nueva, donde serán barridos todos los
vestigios de explotación. Pero, a menudo, esta incorporación se ve
frenada por la ideología propagada durante siglos en torno a su
inferioridad. La sumisión, la dependencia, la servidumbre a que ha
estado siempre sometida, son lacras que están imbuidas, tanto en las
mujeres como en los hombres, y que constituyen un freno para su
incorporación. Acabar con ellos requiere una amplia y larga lucha
ideológica, pero sin perder de vista que esta lucha ideológica tiene que
estar ligada a la lucha por erradicar las bases materiales sobre las
que se sustenta la inferioridad de la mujer y que sirven de soporte a
las viejas ideas del pasado. La emancipación de la mujer requiere de un
prolongado combate y está intrínsecamente ligada a la construcción del
comunismo. Todo paso adelante en este terreno será un paso adelante en
la emancipación de la mujer, y viceversa. Es aquí donde cobra toda su
justeza la frase de Lenin: El proletariado no puede alcanzar su plena
liberación sin conquistar la liberación de la mujer. El comunismo supone
la emancipación de toda la humanidad; por ello, para alcanzar el
comunismo, es necesario erradicar antes hasta el último vestigio, por
pequeño que sea, que perpetúe la discriminación o la relegación de la
mitad de la población, y es necesario, también, colocar en condiciones
de completa igualdad a ambos sexos, transformándolos y construyendo una
mujer y un hombre nuevos.
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