viernes, 28 de abril de 2017

CulturaProletaria: Mujeres bolcheviques que lucharon por el socialismo


A continuación presentamos a seis de las mujeres bolcheviques más prominentes. Para no hacerlo demasiado extenso, detallamos sólo algunos de los aspectos más destacados de sus vidas.

Inessa Armand (1875-1920)
Inessa Armand nació en París, en 1875. A los 18 años se casó con Alexander Armand, un rico industrial, pero tras 10 años y cuatro hijos, le dejó para irse a vivir con su hermano, Vladimir, con quien tuvo un quinto hijo. Conservó la amistad con su marido durante el resto de su vida, éste mantuvo a todos sus hijos y financió sus actividades revolucionarias.
La cuestión de la mujer la atrajo al socialismo. Creía que era derecho de toda mujer buscar la realización personal y tener una vida socialmente útil. Armand explicó más tarde a su hija Inna, que había adquirido tempranamente “la fuerte determinación de no llegar a ser completamente femenina, sino continuar siendo una persona normal“(1). Se concentró primero en la situación de las prostitutas, viéndolas como una metáfora de la opresión de las mujeres.
En 1903 Armand se hizo marxista. Como relató en 1908, en una carta a su marido: “El hecho es que, en primer lugar, recorrí este camino más tarde que otros. El marxismo no fue una fantasía de la juventud para mí, sino la conclusión de una larga evolución de derecha a izquierda. …este último año, tan reaccionario [1907], que pasé entre el proletariado… me hizo más firme“.(2)
Hasta 1905, había sido detenida tres veces y había cumplido más de seis meses de prisión. En 1907, fue exiliada a Arcángel. Vladimir la siguió hasta allí, pero en 1909 contrajo tuberculosis y se fue a Suiza. Inessa escapó para cuidar de su amante enfermo, pero murió dos semanas después de su llegada.
Después de un período de estudio en Bruselas, se trasladó a París, donde se unió al pequeño grupo de bolcheviques reunidos alrededor de Lenin. Rápidamente se convirtió en una estrecha colaboradora de de Lenin y Krupskaya.
En 1911 dio una conferencia en la escuela marxista de verano, en París, sobre la historia del movimiento socialista. Pero un año más tarde, Lenin le pidió que regresara a Rusia para trabajar en el “Pravda” como representante. La policía la encarceló y pasó un año en prisión antes de ser rescatada por su marido. Regresó a Europa Occidental, donde permaneció hasta 1917 trabajando estrechamente con Lenin. Desde el exilio se ocupó del consejo editorial del “Rabotnitsa“, diario del partido dirigido a las mujeres.
Armand regresó a Rusia con Lenin después de la Revolución de Febrero de 1917. Podría haber tenido, conforme a sus años como asistente de Lenin, un papel de liderazgo, pero eligió ir a Moscú como miembro ordinario del partido y colaborar en la organización de las bases.
Después de la revolución retomo, con mayor interés si cabe, al tema de la condición de las mujeres, ayudando a establecer, junto con Kollontai y Samoilova, un departamento interno del partido para el trabajo entre mujeres. Perteneció al grupo de mujeres bolcheviques que se organizaron y hablaron en el Primer Congreso de Mujeres Trabajadoras y Campesinas de toda Rusia en 1918, que atrajo a unas 1.000 mujeres de todo el país.
Al mismo tiempo, fue presidenta del consejo económico del Soviet de Moscú, organización que controlaba la gestión económica de la zona, donde demostró ser una administradora trabajadora y competente. A principios de 1919, pasó tres meses en Francia como parte de la delegación soviética que organizaba la repatriación de prisioneros de guerra rusos.
En mayo de 1919, Armand fue nombrada jefa del Genotdel. Mostró todas sus habilidades en la complicada creación del nuevo departamento del partido, que estaba gestionado por 22 mujeres bolcheviques y presidido por un cuerpo de gobierno no oficial, formado por mujeres veteranas del partido. Con Krupskaya editó “Kommunistka“, la revista del departamento.
La inflexible jornada de trabajo, la mayoría de los días de 14 horas, hizo que su estado de salud empeorara. A principios de 1920 enfermó de neumonía, pero se recuperó, aunque volvería a recaer en agosto.
Cuando su hijo también enfermó, se fueron al Cáucaso a recuperarse. En el camino de regreso a Moscú contrajo cólera y murió dos días después. Sus restos fueron enterrados frente al muro del Kremlin, lugar de mayor honor para los comunistas caídos.


Yevgenia Bosh (1879-1925)
Yevgenia Bosh nació en 1879, en Ucrania. Su padre emigró a Luxemburgo y se casó con una mujer moldava. Su infancia fue muy infeliz, llena de discusiones y peleas.
Cuando tenía 17 años, sus padres eligieron como su esposo a un noble mayor que ella de una casa vecina. Yevgenia se rebeló, huyendo con Petr Bosh, que poseía una pequeña empresa manufacturera. Tuvo dos hijas bastante joven, se dedicó a la filantropía y apenas colaboró con los socialdemócratas, pues temía poner en peligro su cómoda situación al ir más lejos.
Sin embargo, empujada por el ejemplo de su hermana Elena, que ya estaba completamente involucrada en la revolución, se comenzó a cuestionar su vida burguesa. Cuando la policía entró en su casa en busca de literatura ilegal en 1906, decidió dejar a su marido, llevarse a los niños y trasladarse a Kiev, en Ucrania, para convertirse en una revolucionaria.
Destacó muy pronto en el movimiento clandestino de Kiev. Cuando su hermana y la mayor parte del resto del grupo de Kiev fueron arrestados y exiliados en 1910, Bosh intentó mantener al resto del pequeño grupo, aunque sufrieron la represión policial y la desintegración general del movimiento.
En 1911, Bosh conoció a Yuri Piatakov, que había venido a reorganizar el comité de Kiev, y pronto se enamoraron. Juntos compartieron el liderazgo del comité de Kiev y en un año crearon una organización de tres comités locales y 12 círculos obreros. Fueron arrestados en junio de 1912 y, después de 18 meses de prisión, los enviaron a Siberia. A los pocos días escaparon y se dirigieron al este, y después de circunnavegar el globo, se unieron a la comunidad socialdemócrata emigrada en Suiza.
Pronto se vieron envueltos en los desacuerdos que asolaban la comunidad emigrada. Bosh y Lenin diferian sobre la cuestión nacional: dada su experiencia en Ucrania, Bosh sentía que el nacionalismo frustraba el desarrollo del internacionalismo proletario, mientras que Lenin consideraba que el nacionalismo de los oprimidos tenía un potencial revolucionario, especialmente en el imperio zarista.
En 1917, Bosh regresó a Rusia con Kollontai, retrasando la llamada a las armas de Lenin hasta que él regresara. En marzo, Bosh regresó a Kiev lista para reorganizar el comité de la ciudad una vez más. Allí se convirtió en una agitadora popular y muy eficaz, particularmente entre los soldados del frente sudoccidental en Ucrania. Tuvo tanto éxito concienciando a las tropas de que tenían que apoyar a los bolcheviques, que en octubre logró dirigir una unidad del ejército en la batalla contra el Gobierno Provisional.
La lucha en Ucrania llevó a un tripartito entre los nacionalistas ucranianos (Rada), los alemanes y los bolcheviques. A finales de 1917, la Rada en Kiev reclamó el control de una Ucrania independiente, pero colaboró con los alemanes y los blancos. En enero, las fuerzas rojas entraron en Kiev y Bosh se convirtió en Ministra del Interior del gobierno provisional soviético de Ucrania.
Bosh se indignó cuando, en marzo de 1918, el gobierno soviético firmó el tratado de Brest-Litovsk con Alemania. Sin opción alguna, por el incesante avance alemán y la desintegración del antiguo ejército ruso, los bolcheviques cedieron grandes franjas de territorio, incluido el oeste de Ucrania. Bosh renunció a todas sus posiciones en el gobierno provisional revolucionario y, junto a Piatakov y su hija María, se alistó en el ejército rojo de Antonov-Ovseenko, que operaba desde el este de Ucrania.
A pesar del tratado, intentaron detener la expansión de los alemanes hacia el este. Pero fue un intento infructuoso. Durante un mes, acosaron a los alemanes a lo largo de las líneas ferroviarias, al este de Kiev, retirándose hasta llegar al territorio controlado por el ejército rojo.
El “espantoso caos” de la lucha revolucionaria en Ucrania, como escribió Víctor Serge en su magnífica historia de 1918, “demandaba una personalidad poco común. En este período una mujer surgió como una de esas figuras distinguidas, la antigua militante bolchevique, Yevgenia Bosh…“(3)
Exhausta y enferma, Bosh pasó varios meses en el este de Ucrania recuperándose. Cuando se recuperó, abandonó Ucrania y se ofreció como voluntaria en Rusia.
Durante el resto de la guerra civil se ocupó de una serie de tareas de carácter político-militar. Todo esto le costó la salud. En 1920 enfermó de tuberculosis y sufrió problemas cardiacos. Volvió a Moscú, ocupando varios puestos administrativos menores, resintiéndose de su mala salud.
En octubre de 1923, Bosh fue una de las dos mujeres, veteranas bolcheviques, (la otra fue Varvara Iakovleva) que firmó la “Plataforma de los 46”, una declaración redactada por Piatakov, que criticaba las políticas económicas de la dirección del partido y le acusaba de ahogar el debate interno del Partido. Se hizo eco del llamado hecho por Trotsky para un cambio brusco en la dirección del partido.
Bosh, entonces, se retiró de la política activa, dedicando su tiempo a escribir sobre la revolución en Ucrania en 1917-18. En su trabajo criticó duramente a gran parte de la dirección bolchevique en Ucrania en este período. El humor sombrío de su libro reflejó su estado de ánimo en 1924, cuando la NEP se puso en marcha y la oposición de izquierda dentro del partido fue derrotada por la facción de Stalin.
Ya en 1925, Bosh no había tenido una asignación importante durante cinco años y no veía ninguna posibilidad de que la situación cambiase. En enero de 1925, cuando se enteró de que Trotsky había sido obligado a dimitir como jefe del Ejército Rojo, demostrando el creciente poder de Stalin, unido a su desesperación por su enfermedad cardiaca y la tuberculosis pulmonar, se suicidó.
La prensa oficial prestó escasa atención a su muerte, pero su amigo, Evgeni Preobrazhensky, escribió un largo obituario en el que la aclamaba como una de las heroinas de la revolución: “Su carácter estaba hecho de ese acero que se rompe pero no se dobla, pero todas esas virtudes le costaban muy caro. Tenía que pagar con su tranquilidad, su salud y su vida. Su salud era débil, y ella pagó al máximo, con su vida“.


Alexandra Kollontai (1872-1952)
Nacida en 1872, en el seno de una familia rica, Alexandra Kollontai se crió en Rusia y Finlandia, adquiriendo una temprana fluidez en los idiomas que le sirvieron en su posterior obra revolucionaria. Comenzó su trabajo político en 1894, cuando era una madre joven, dando clases nocturnas a los trabajadores en San Petersburgo. Esta actividad la atrajo hacia el trabajo público y clandestino con la Cruz Roja Política, una organización creada para ayudar a los presos políticos. En 1895 leyó “La Mujer y el Socialismo” de August Bebel, lo que tendría una gran influencia en sus ideas sobre la emancipación de las mujeres.
Su evolución al socialismo comenzó en 1896, en una visita con su marido a una gran fábrica textil, donde vio las terribles condiciones en las que vivía y trabajaba la clase trabajadora. Después de esta visita comenzó a estudiar el marxismo y la economía. Se mezclaba con los miembros de la Unión Marxista de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera de Lenin. Más tarde, ese año, sus puntos de vista se aclararon aún más cuando participó en una huelga textil masiva, repartiendo folletos y recaudando dinero para los huelguistas.
En 1898 estaba totalmente comprometida con el marxismo, por lo que se fue al extranjero a estudiar. En 1899 volvió a Rusia y comenzó su trabajo clandestino con los socialdemócratas.
En 1905 llevó a cabo la misión que más la ha marcado en la historia: organizar a las trabajadoras de Rusia para luchar por sus propios intereses. Agitada por los acontecimientos del domingo sangriento y después de haber presenciado la ola de huelgas en Rusia, se convenció de que las mujeres trabajadoras debían ser reclutadas y movilizadas para la acción política. En 1907, para dar a las trabajadoras un foro en el que discutir sus problemas, Kollontai creó el primer club de mujeres, la Asociación para la Ayuda Mutua de las Mujeres Trabajadoras de San Petersburgo.
En 1908 fue forzada al exilio, permaneciendo fuera de Rusia hasta 1917. Trabajó como agitadora del Partido Socialdemócrata Alemán y viajó a Inglaterra, Dinamarca, Suecia, Bélgica y Suiza en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Durante sus años en el exilio desarrolló una profunda desconfianza hacia las políticas reformistas de los diversos partidos socialdemócratas europeos. Kollontai había trabajado con los bolcheviques hasta 1906 y luego con los mencheviques.
Pero la guerra y la traición de la mayoría de los dirigentes socialdemócratas la llevaron, en 1915, a unirse a los bolcheviques. Se convirtió en el pilar de Lenin. Su folleto “¿Quién Necesita la Guerra?”, dirigido a los soldados de primera línea, fue traducido a varios idiomas.
Cuando estalló la revolución de febrero de 1917, Kollontai estaba en Noruega. Retrasó su regreso lo suficiente para recibir copias de las “Cartas desde lejos” de Lenin y así poder llevarlas de vuelta a Rusia. A su llegada a Rusia (19 de marzo) se unió a Shliapnikov (su entonces socio) y a Molotov en oposición a las tácticas conciliadoras Kamenev hacia el Gobierno Provisional. Fue elegida miembro del comité ejecutivo del Soviet de Petrogrado. Desde el regreso de Lenin, a principios de abril, Kollontai destacó como ferviente partidaria de su consigna “todo el poder para los Soviets”.
En 1917 fue reconocida como una de las oradoras más populares del partido, hablando en interminables reuniones de obreros, soldados y marineros. En el Congreso del partido, en julio, fue elegida miembro del Comité Central y participó en la famosa reunión del CC del 23 de octubre, que tomó la decisión de lanzar la insurrección.
Fue nombrada Comisaria del Pueblo de Bienestar Social en el primer gobierno soviético (la primera mujer en el mundo en ocupar un cargo en un gobierno). También desempeñó un papel activo en la oposición de izquierda, haciendo campaña contra el tratado de Brest-Litovsk con Alemania. Después de esta lucha, no logró la reelección al CC; luego renunció al gobierno. Durante el año 1918, Kollontai se mostró muy activa como organizadora y agitadora, y en noviembre ayudó a organizar el Primer Congreso de Mujeres Trabajadoras y Campesinas de toda Rusia.
A lo largo de 1919, aunque a menudo enferma del corazón y del riñon, Kollontai mantuvo un trabajo agotador. En la primavera y el verano de ese año trabajó como agitadora del partido en Ucrania, un caldero hirviente de revolución y contrarrevolución.
En noviembre de 1920, después de la muerte de Inessa Armand, Kollontai se convirtió en jefa del Genotdel, el nuevo departamento de mujeres del partido, en el que había desempeñado un papel importante junto con Armand y Krupskaya.
A finales de 1920 se incorporó a la Oposición Obrera, una corriente dentro del partido alarmada por la creciente burocratización del partido y el Estado, y junto con Shliapnikov, se convirtió en su líder más prominente. Sin embargo, en el X Congreso del Partido, en marzo de 1921, sus propuestas fueron consideradas como anarcosindicalistas.
En 1922 solicitó a Stalin un puesto modesto en Rusia y se le envió a la delegación soviética en Noruega. Fue la embajadora soviética en los años 1924-25, la primera embajadora femenina del mundo. Luego ocupó cargos de embajadora en México, Noruega nuevamente y finalmente en Suecia, hasta su jubilación en 1945.
A pesar de su temprana oposición, Kollontai nunca se asoció con los trotskistas. Se retiró de la vida política y homenajeó a Stalin. Más tarde, admitió a un amigo: “He llevado a cabo lo mejor posible las políticas que se me dictaban“.(5)
Murió en 1952, siendo todavía partidaria de la Unión Soviética. Consideró inútil detenerse en los errores de Stalin, cuando todavía quedaban muchos logros por llevar a cabo. “Todo va a enderezarse con el tiempo. Y las ideas más humanas siempre ganan… Las tendencias reaccionarias no duran mucho, nada. La historia lo demuestra en todos los países“.(6)
El surgimiento del movimiento de liberación de las mujeres a finales de los años sesenta y setenta, trajo un renovado interés por la vida y el trabajo de esta notable mujer que luchó tan apasionadamente por el socialismo y los derechos de las mujeres.


Nadezhda (Nadia) Krupskaya (1869-1939)
Nadia Krupskaya nación en 1869, en San Petersburgo. Se hizo marxista a principios de la década de 1890. Siendo maestra, comenzó a dar clases nocturnas de marxismo a los trabajadores y, más tarde, ayudó a fundar la Unión Marxista de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera con Lenin, a quien conoció en 1894. A raíz de las huelgas de 1896, fue encarcelada durante seis meses y luego exiliada a Siberia durante tres años. Allí se casó con Lenin. A lo largo de su vida, Krupskaya fue su colaboradora más cercana, su secretaria y confidente en toda su obra.
En 1901 fueron liberados y volvieron a exiliarse. Krupskaya continuó desempeñando un papel clave en la organización socialdemócrata rusa en la clandestinidad y ocupó varios cargos con cierta responsabilidad a lo largo de los años. Mientras, en el exilio, continuó interesándose por la teoría y la práctica en la educación progresiva, estudiando literatura en escuelas extranjeras.
Después de la revolución de febrero regresó con Lenin a Rusia, donde trabajó en la secretaría del Comité Central, hasta que fue elegida para la Duma del distrito de Vyborg, en Petrogrado. Allí trabajó en el departamento de educación popular.
Después de la Revolución de Octubre, desempeñó un papel de liderazgo en el Comisariado del Pueblo para la Educación. Se interesó especialmente por la educación para los adultos. Al mismo tiempo, ayudó a dirigir el Genotdel y las organizaciones juveniles -el Komsomol y los Pioneros-, también escribió muchos artículos para periódicos y revistas.
Aunque ya era revolucionaria antes de conocer a Lenin, sus ideas políticas cristalizaron después de su unión con éste. Décadas de colaboración política le demostraron la corrección de sus puntos de vista y se acostumbró a confiar en su inteligencia. Apoyó a Stalin en su lucha contra Trotsky y Zinoviev en 1925-26.
Krupskaya fue una persona sobresaliente. Era, sin duda, una mujer inteligente… una revolucionaria irreprochable y una de las figuras más trágicas de la historia revolucionaria“. (7)


Larissa Reisner (1895-1926)
Larissa Reisner destacó en el V Ejército así como en la revolución en su conjunto. Esta hermosa joven brilló en el cielo revolucionario como un meteorito incandescente, cegando a muchos. Como una aparición de una diosa del Olimpo, combinó una mente sutil e irónica y el valor de un guerrero… Sus bocetos sobre la guerra civil son pura literatura… Estaba ansiosa por conocer, ver, y tomar parte en todo… en pocos años se convirtió en escritora de primer nivel“. (8)
Hija de una profesora comunista, Larissa Reisner nació en 1895, en Polonia. Creció en Alemania, donde su vida giraba alrededor de la relación de su padre con los revolucionarios rusos emigrados y los socialdemócratas alemanes. Después de la revolución de 1905, la familia volvió a Rusia, donde Reisner pronto comenzó a exhibir su instinto literario y sus ideas revolucionarias. Durante la Primera Guerra Mundial, escribió y publicó con su padre para un periódico anti-guerra, llamado “Rudin“, y contribuyó con artículos al diario de Máximo Gorky, “Letopis“.
Después de la Revolución de Febrero, Reisner se unió a los opositores de la coalición con la burguesía. Escribió un ácido artículo contra Kerensky que propinó un revés a la prensa burguesa. Participó en organizaciones de trabajadores a gran escala y en círculos educativos entre los marineros de Kronstadt. Apoyó firmemente la Revolución de Octubre y se unió a los bolcheviques al año siguiente.
Con el estallido de la guerra civil, a mediados de 1918, fue enviada inmediatamente al frente de Kazan, donde el recién formado Ejército Rojo estaba en una lucha desesperada con la legión contrarrevolucionaria de Checoslovaquia. Allí se convirtió en comisaria del V ejército y luchó en el frente. Más tarde luchó con la Armada Roja para liberar al Volga del control checo, convirtiéndose en una de las principales comisarias de la flota del Volga.
En su libro “El Frente“, una brillante representación de la lucha en la guerra civil, evoca el idealismo de los combatientes rojos en Kazan: “¡Hermandad! Pocas palabras han sido tan maltratadas y dañadas. Pero la fraternidad, a veces, llega en momentos de mayor necesidad y peligro, tan desinteresada, tan sagrada e irrepetible en una sola vida. Y no han vivido ni saben nada de la vida los que nunca se han acostado por la noche en un piso con la ropa hecha jirones y lleno de pulgas, pensando todo el tiempo cuán maravilloso es el mundo, ¡infinitamente maravilloso! Que aquí el viejo ha sido derribado y sigue luchando con las manos desnudas por su irrefutable verdad, por los cisnes blancos de su resurrección, por algo mucho más grande y mejor que ese parche en el cielo iluminado por las estrellas que muestran, a través de la negrura del terciopelo de una ventana con los cristales rotos, el futuro de toda la humanidad“.(7)
Después de la guerra civil, Reisner regresó a Petrogrado para estudiar y escribir sobre la vida de los trabajadores de las fábricas. En 1921, se casó con Fiodor Raskolnikov, vicepresidente del Soviet de Kronstadt, y fue con él a Afganistán cuando fue nombrado embajador. Fue aquí donde escribió “El Frente“.
En 1923, fue enviada a Alemania con el propósito de informar sobre la revolución, que parecía inminente, y servir como oficial de enlace entre el Comintern y el Partido Comunista local. La revolución no se llevó a cabo, pero ella permaneció en Alemania recolectando material sobre el breve resurgimiento de Hamburgo y la posterior represión. Su libro, “Hamburgo en las barricadas“, fue prohibido y quemado en Alemania.
Apenas recuperada de su estancia en Alemania, recorrió los Urales para estudiar las condiciones de vida y trabajo de la gente de allí. Su libro “Hierro, Carbón y hombres vivientes“, representa al proletariado ruso en el trabajo.
En 1925, Reisner volvió a Alemania para tratarse de la malaria. Allí también estudió a la clase obrera y los cambios sociales que habían resultado de la estabilización capitalista. Durante su estancia escribió “En el País de Hindenburg“, un magistral retrato social y político de un pueblo en lucha.
Éste sería su último libro. Poco después de su regreso a Moscú, contrajo tifus. Su cuerpo, todavía devastado por la malaria, no pudo soportar la enfermedad y murió en febrero de 1926, en el Hospital del Kremlin, con 30 años. De Larissa Reisner, escribió Karl Radek, su compañero: “Murió una mujer profundamente revolucionaria, precursora del nuevo tipo de persona que nace en medio de la revolución“. (10)
 
Elena Stasova (1873-1967)
Elena Stasova nació en 1873, siendo hija de miembros adinerados de la intelectualidad liberal. En su adolescencia, a la vez que admiraba a sus padres, sabía que la vida de una dama filántropa no era para ella. Quería llevar a cabo un trabajo socialmente útil para convertirse en una maestra de los trabajadores en los barrios bajos de la ciudad. Allí conoció a otros profesores, algunos de los cuales eran marxistas.
Hacia 1895, trabajaba clandestinamente lelvando mensajes a revolucionarios encarcelados y repartiendo panfletos. En 1898, se unió a los socialdemócratas. Poco después se le pidió que se hiciera cargo de la finanzas del partido en San Petersburgo y “a partir de este momento, me sentí como un verdadero miembro del partido. Todo mi trabajo anterior habían sido solamente buenas acciones” (11). Poco a poco se hizo cargo de todas las tareas “técnicas” del comité de San Petersburgo, “que es encontrar salas para reuniones, casas clandestinas y camas para una noche, recibir y distribuir literatura, equipar duplicadoras e impresoras, así como mantener la correspondencia con el extranjero“. (12)
Stasova fue una joven partidaria de Lenin. En 1901 apoyó al “Iskra” cuando este asumió que sólo a través de la revolución, y no a través de la democracia parlamentaria, podría Rusia alcanzar el socialismo. Cuando el partido se separó en 1903, volvió a seguir a Lenin, coincidiendo con él en que la clave de una revolución exitosa radicaba en crear un partido de cuadros que pudiera conducir a la clase obrera en la lucha por el poder estatal. Lenin y Krupskaya la consideraban un aliado importante, por lo que la apoyaron para formar parte dentro del comité de San Petersburgo entre 1901 y 1907.
Entre 1907 y 1911, Stasova sufrió una crisis personal y política, relacionada con la atmósfera desmoralizante tras la derrota de la revolución de 1905-06 y profundizando las divisiones en su matrimonio. Se retiró de la actividad política durante un tiempo.
Tras retomar de nuevo el trabajo en el partido, fue detenida en 1912, y después de 10 meses de prisión, fue condenada al exilio de forma permanente. En 1916 escapó y volvió a San Petersburgo, donde continuó con su trabajo en el partido de forma clandestina. Detenida de nuevo a principios de 1917, fue liberada después de la Revolución de febrero. A las 24 horas ya había creado el comité bolchevique de la ciudad y había retomado su trabajo como secretaria.
En abril de 1917 fue elegida secretaria del Comité Central del Partido Bolchevique, una parte de la dirección nacional del partido ahora era legal y grande. Su papel era llevar a cabo políticas relacionadas con la estructura y las finanzas del partido, así como hacer las asignaciones importantes del personal.
En 1921 dejó Moscú para irse a Alemania, donde pasó los cinco años posteriores realizando trabajos clandestinos con comunistas alemanes en nombre de la Comintern. A su regreso a Moscú, se incorporó al Buró de Información del Comité Central y en 1928, fue elegida para dirigir la Organización Internacional de Ayuda a los Revolucionarios (MOPR).
Totalmente comprometida con el trabajo de Stalin, en 1935 y 1936 sirvió en varias comisiones de control del partido.
En 1938 dejó la MOPR y se unió al equipo editorial de “Internatsionalnaia literatura” (Literatura Internacional), una revista que publicaba literatura extranjera traducida al ruso, donde permaneció hasta 1946.
A pesar de todo lo que había vivido, Stasova nunca perdió su fe en el comunismo. Murió a la edad de 93 años y fue enterrada en el Muro del Kremlin.
  
Notas:
(1) Zetkin, “Mis Recuerdos de Lenin” en “Lenin sobre la Emancipación de las Mujeres” (Ed. Progreso: Moscú, 1965), p.110.
(2) Marx & Engels, “Obras Seleccionadas“, Vol. 1 (Progress Publishers: Moscú, 1969), pág. 94.
(3) Marx, “El Capital“, vol. 1 (Penguin Books: Harmondsworth, 1976), páginas 620-621.
(4) Marx & Engels, Carta 129, “Obras reunidas“, vol. 43 (Lawrence y Wishart: Londres, 1988),
pag. 185.

(5) Bebel, “La Mujer bajo el socialismo” (Schocken Books: New York, 1971), p. 6.
(6) Clara Zetkin. “Escritos Seleccionados” (Editores Internacionales: Nueva York, 1984), p.79.
(7) Ibíd., Pág. 45.
(8) Ibíd., Pág. 47.
(9) Clements, “Mujeres Bolcheviques” (Cambridge University Press: Cambridge, 1997), pág. 38.
(10) Ibid., Págs. 39-40.
(11) Ibíd., Pág. 49.
(12) Ibíd., Pág. 105.

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