Nota del Periódico El Pueblo: Traducimos de AND (Brasil) la cuarta
parte de la serie de artículos correspondientes a la estructura agraria
de América Latina, la que está dividida en 5 y que serán publicadas
todos los jueves. Estos tienen la intención de ofrecer a los lectores
una visión integral de la cuestión agraria campesina en los países que
componen América Latina. El autor es Vinicius Alves.
Para ver la primera parte, haz click aquí.
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Para ver la tercera parte, haz click aquí.
El
presente texto es la parte 4 del artículo Panorama de la Estructura
Agraria en América Latina, que traza un breve relato de algunas
experiencias de “reforma agraria” en la región, tales como la de Brasil,
Bolivia, México, Nicaragua y Perú.
Reforma agraria versus Revolución Agraria
Al
analizar el desarrollo de las estructuras agrarias de los países
latinoamericanos, Oxfam destaca que ningún proceso de reforma agraria ha
logrado una transformación profunda y duradera de la propiedad de la
tierra. Se citan las experiencias de México
(década de 1910), Perú (1969), Nicaragua (década de 1980), Bolivia
(1953-1954), Paraguay (1963), Brasil (a partir de 1985), Guatemala
(1996) y El Salvador (1992).
En
México, la reforma agraria, fruto de un proceso revolucionario basado
en el lema “tierra para quien en ella vive y trabaja”, realizó a lo
largo de la década de 1910 la expropiación de latifundios y la entrega
de las tierras a la población, conformándose los ejidos –
propiedad colectiva, intransferible, inalienable e innegociable – y
comunidades campesinas, en las que la propiedad era estatal. Sin embargo, a lo largo de las décadas siguientes, los avances obtenidos fueron siendo gradualmente removidos. En 1992, los ejidos pasan a ser vendidos. En
2007, el 1% de las grandes explotaciones concentraba el 56,02% de las
tierras, mientras que el 99% restante concentraba el 43,98%.
En
el Perú, el gerenciamiento militar fascista de Juan Velasco Alvarado
(1968-1975), que llegó a la cabeza del viejo Estado tras un golpe en
octubre de 1968, distribuyó entre 1969 y 1975 10 millones de hectáreas
de tierras expropiadas del latifundio a los trabajadores. En las décadas siguientes ocurrió una reconcentración de la tierra en manos de los terratenientes (latifundistas).
En
Nicaragua, entre 1979 y 1990, los gerenciamientos del Frente Sandinista
de Liberación Nacional (FSLN) redistribuyeron el 25% de las tierras del
país a empresas estatales, cooperativas y familias campesinas. En la década de 1990, gran parte de las cooperativas habían desaparecido. En
2014, las pequeñas propiedades, que eran el 70,8% del total de las
explotaciones agropecuarias, ocupaban apenas el 10,7% de las tierras. Por otro lado, el 1% de las grandes explotaciones concentraban el 24,63% de las tierras.
En
Bolivia (1953-1954), las tierras entregadas por el viejo Estado nunca
llegaron a las manos de aquellos que en ella viven y trabajan. Sólo el 8% de las tierras fueron distribuidas a campesinos y pequeños propietarios durante las décadas de reforma agraria.
En
Paraguay, el régimen militar fascista de Alfredo Stroessner
(1954-1989), realizó una “reforma agraria” que distribuyó tierras a
grandes empresarios, políticos, militares y funcionarios de alto rango
en los órganos del viejo Estado. En ese período, éstos recibieron cerca de siete millones de hectáreas de tierras, siendo el 64% vía “reforma agraria”.
En
Brasil, según los datos del Instituto Nacional de Colonización y
Reforma Agraria (INCRA), el gerente Sarney (1985-1989) asentó 89.950
familias; Fernando Collor e Itamar Franco (1990-1994) asentaron a 60.188
familias; La gestión FHC / PSDB (1995-2002) 540.704 familias; Lula / PT
(2003-2010) 614.088 familias; Y Dilma / PT en el primer mandato 107.354
familias. Sin embargo, los números del INCRA son incoherentes. Según
el artículo de Ariovaldo Umbelino de Oliveira, los gerenciamientos de
Lula asentaron 215 mil familias y Dilma en el primer mandato 31 mil
familias. Números exiguos frente a la demanda nacional.
En
El Salvador y Guatemala, los “acuerdos de paz”, firmados
respectivamente en 1992 y 1996, tenían como clausulas la reversión de
una de las causas estructurales de las guerras civiles, la extrema
concentración de la tierra en manos de los terratenientes. Dos décadas después, prácticamente nada cambió en la estructura agraria de esos dos países de Centroamérica. En El Salvador, el latifundio concentraba el 28,6% de las tierras, mientras que en Guatemala el 47,96%.
Se
debe hacer un paréntesis para registrar que el “acuerdo de paz” entre
el viejo Estado colombiano y las FARC también trae como uno de los
puntos de la negociación la distribución de la tierra. En el “acuerdo” se habla de una “reforma rural integral”, con la regularización de las pequeñas y medianas propiedades rurales.
En
países como Bolivia, Brasil y Ecuador, la Constitución permite al viejo
Estado expropiar tierras que no cumplan su función social. Sin
embargo, el “sacrosanto” derecho a la propiedad privada está por encima
del derecho colectivo, el interés particular por sobre el interés
general. “Es mucho más probable que una comunidad
sea desalojada para dar paso a una industria extractiva a que un
terrateniente sea expropiado para distribuir la tierra entre familias
campesinas”, subraya Oxfam.
Estos
ejemplos ilustran que el poder latifundista ha impuesto toda su
influencia para bloquear o revertir los avances redistributivos que
lograron algunos procesos de reforma agraria, principalmente aquellos
frutos de luchas armadas.
“Transformar
las estructuras de propiedad de la tierra significa enfrentar el poder y
alterar un orden social que está enraizado en una cultura que es más
cercana al feudalismo que a una democracia moderna donde se menosprecia,
explota y discrimina a las personas que trabajan la tierra” dice el estudioEl letargo en la demarcación de las tierras indígenas
El
estudio de Oxfam permite verificar que Brasil no es el único país de la
región en el que la demarcación de las tierras indígenas está
prácticamente paralizada.
En
Perú es más rápido obtener una licencia para una explotación mineral
que una comunidad indígena obtenga su derecho legalmente reconocido
sobre el territorio. Para una regularización del
territorio, una comunidad indígena debe desarrollar 27 etapas con un
período de espera de una década para ver su territorio regularizado. En
cambio, una explotación mineral precisa enfrentar 7 etapas y esperar 3
meses para obtener la concesión. Como resultado,
entre 2007 y 2015 fueron regularizados 50 territorios indígenas,
mientras que han sido aprobados más de 35 mil concesiones minerales,
dígase de paso, muchas de ellas en territorios indígenas.
La
casi paralización de las demarcaciones de tierras indígenas está
relacionada con la expropiación de las tierras para las actividades
económicas. “Una de cada tres hectáreas que se
entregó en concesión para una explotación mineral, petrolífera,
agroindustrial y forestal en América Latina – como en otras regiones del
mundo – pertenecen a pueblos indígenas. La expansión minera y
petrolífera en Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y
Perú, donde cada vez son más frecuentes y agudos con los habitantes
indígenas, afectan a sus territorios o alteran las fuentes de agua de
las cuencas de las que dependen. En Colombia, las
plantaciones de banano y aceite de palma se han instalado sobre las
tierras de las que fueron expulsadas violentamente las comunidades
afrocolombianas”, denuncia Oxfam.
Camino burocrático versus camino revolucionario
La
causa del fracaso de las reformas agrarias y de las demarcaciones de
territorios indígenas está en el hecho de no haberse enfrentado al poder
latifundista y destruido su base, que es el latifundio, lo que sólo es
posible con la Revolución Agraria, como parte integrante de la
Revolución De Nueva Democracia ininterrumpida al socialismo.
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