lunes, 30 de enero de 2017

Felices recuerdos de una infancia soviética


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Dicen que la infancia es una de las mejores épocas de la vida, un periodo sin preocupaciones ni problemas. Es cuando aún no debes pasarte el día trabajando y puedes dedicarte a jugar con tus amigos, comer, dormir y disfrutar mientras creces. ¿Qué daríamos por volver a esa época de nuestra vida, libre de preocupaciones?
Yo tengo la impresión que la infancia en la URSS era más gratificante que la de los niños de hoy en día.
Probablemente eso se deba más bien a la época, tanto de la vida individual como histórica, que al régimen político en sí. No teníamos preocupaciones ni miedos. Pasábamos el día entero jugando al aire libre, montando en bicicleta, patinando o simplemente dando una vuelta. No había móviles, ni guardas de seguridad y podíamos ir donde quisiéramos sin decírselo a nuestros padres.
Ahora volvamos a los soviéticos. El Partido Comunista entrenaba a sus seguidores desde una edad muy temprana. Para empezar, en el primer año a los niños se les daba el título de “Oktiabrenok”, que significa “El niño del Octubre Rojo”. Nos daban un pequeño pin en forma de estrella con la imagen de Lenin cuando era niño. Para nosotros eso no tenía mucha importancia.
El momento de ser admitidos en los Pioneros (el siguiente paso para convertirnos en comunistas) era muy importante. Cuando terminábamos el tercer grado nos evaluaban para convertirnos en pioneros. Los chicos mayores y los profesores comprobaban las notas, el comportamiento, los éxitos y demás. El acto de admisión era imponente y emocionante. Los compañeros pioneros nos ataban al cuello un tipo de bandana formando una lazada y, a partir de aquel momento, ya podíamos convertirnos en comprometidos jóvenes, miembros del Partido Comunista.
Nos enseñaban a cuidar y proteger la naturaleza. Puede parecer una tontería, pero literalmente debíamos cuidar la naturaleza. ¡Una de nuestras actividades favoritas era jugar a los “enfermeros” y curar árboles! Teníamos que llevar un bolso de la Cruz Roja lleno de material médico: vendas, tijeras, algodón, desinfectante y nos poníamos en marcha, bien cargados, para llevar a cabo el proyecto “Curar a los árboles”.
Debíamos ir en busca de ramas rotas, tallos cortados, arbustos doblados, y aplicarles una solución desinfectante y poner vendajes. Era una actividad estupenda que desarrollaba el sentido de la atención.

Solíamos correr muchos riesgos y hacíamos un montón de cosas peligrosas. Imagínense, unos niños de diez años que deciden saltar sobre los tejados metálicos de los garajes, superficies resbaladizas y de bordes afilados. Cuando tenían sed cogían un carámbano que colgaba del mismo techo metálico y lo chupaban como si fuera un helado.
La suciedad, las bacterias… ¡¿A quién le importaba?! Cuando nos poníamos enfermos, nuestras madres tenían soluciones muy “especiales”. Cuando me dolía la garganta mi madre me aplicaba queroseno encima ¡y funcionaba!
Para los niños que tenían carencia de vitamina D, el remedio era cavar un hoyo en la arena caliente, poner el niño dentro y cubrirlo con arena. Si se te clavaba una astilla de madera en el dedo, la mejor solución era introducirlo tres veces en agua hirviendo. Eso aún me hace sonreír y me trae buenos recuerdos.
La mejor herencia de la época soviética fue poder disponer de educación gratuita. Para los ciudadanos soviéticos, este enfoque del socialismo basado en la igualdad se tradujo en enormes oportunidades para aprender, estudiar y explorar.
Teníamos un sistema educativo muy bueno, una red de instalaciones extraescolares bien desarrollada y un gran apoyo del gobierno para desarrollar las habilidades deportivas. Recuerdo con mucho cariño cómo solíamos ir cada año al campamento de los pioneros; primero como estudiantes y después como líderes. Siempre era una gran experiencia. En primer lugar, la mayoría de las veces el campamento se ubicaba fuera de la ciudad, en las profundidades de un bosque siberiano con aire libre, un hermoso paisaje y sin el ruido de la ciudad.
Toda la ideología del comunismo prestaba mucha atención a la disciplina. Cada día en el campo teníamos un horario de tipo militar: levantarse a las 7, hacer los ejercicios colectivos matutinos, desayunar juntos y, a continuación, manualidades, música o danza, y el día seguía.
Mi momento favorito era por la noche, cuando nos sentábamos junto a la hoguera, cantando con la guitarra, o cuando hacíamos juegos en grupo. Mi infancia soviética estuvo llena de los hermosos recuerdos de aquellos tiempos, llena de normas y disciplina, un entrenamiento para trabajar duro. Nos enseñaron a superar las dificultades y a aceptar a la gente no por sus ingresos o su estatus, sino por la calidez de su corazón y su personalidad.

Por Elena Revínskaia

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