VLADIMIR BOCH-BRUÉVICH.
Es uno de los más viejos miembros del Partido Comunista de la Unión Soviética. Participó activamente en las revoluciones de Febrero y Octubre de 1917. Durante muchos años colaboró con V. I. Lenin. Desde los primeros días de la Revolución hasta 1920, Bonch-Bruévich desempeñó el cargo de jefe de la Secretaría del Consejo de Comisarios del Pueblo. Con posterioridad, fue redactor-jefe de la Editorial "Zhizn y Znanie" (Vida y Saber), así como organizador y director del Museo Estatal de Literatura. Ha escrito numerosos trabajos de historia del movimiento revolucionario en Rusia, de historia, crítica literaria y etnografía.
Cuando el Palacio de Invierno fue tomado por las tropas revolucionarias, bolcheviques, y Vladímir Ilich, que estaba muy inquieto por la lentitud de acción de nuestros jefes militares, respiró al fin aliviado, se quitó al instante el sencillo maquillaje del rostro y, rodeado de sus viejos amigos políticos, se presentó en la sesión del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado que esperaba la culminación de los acontecimientos.
No se puede comparar con un trueno, fue algo más grande, verdaderamente impresionante: una tromba de sentimientos humanos agitó la sala cuando Vladímir Ilich apareció en la tribuna. Se abrió la sesión. Y resonaron de nuevo los vivas, las aclamaciones, los gritos de júbilo... Así, impetuosa, rebosante de fogoso entusiasmo, transcurrió la histórica y famosa sesión.
Se dio por fin cima a todos los asuntos y, a altas horas de la noche, nos dirigimos hacia mi vivienda, para pernoctar allí. Cenamos un poco; después de cenar, procuré facilitar todo lo necesario para el descanso de Vladímir Ilich, el cual estaba excitado, pero evidentemente rendido de cansancio. A duras penas, se consiguió convencerle de que aceptase mi lecho, en una pequeña habitación independiente, donde tenía a su disposición una mesa escritorio, papel, tinta y libros.
Yo me acosté en la habitación contigua, en el diván, y decidí no dormirme hasta que no estuviera completamente seguro de que Vladímir Ilich dormía ya. Para mayor seguridad, cerré bien con todas las llaves, cadenas y cerrojos las puertas de entrada y monté los revólveres, pensando que podían irrumpir en la vivienda y detener o matar a Vladímir Ilich, pues era aquélla nuestra primera noche, solamente, ¡y todo se podía esperar! A prevención, anoté inmediatamente en un papel los números que yo conocía de los teléfonos de los camaradas, del Smolny, de los comités distritales obreros y de los sindicatos, no fuera a ser que se me olvidasen con las prisas.
...Vladímir Ilich, en su habitación, ha apagado ya la luz eléctrica. Presto atención para comprobar si duerme. No se oye nada. Empiezo a conciliar el sueño y estoy a punto de quedarme dormido, cuando, de pronto, se enciende la luz en la habitación en que se encuentra Vladímir Ilich. Oigo que se levanta casi sin hacer ruido; entreabre silencioso la puerta de mi cuarto y, cercionado de que yo "duermo" (huelga decir que yo estaba en vela), se acerca cauteloso, de puntillas, para no despertar a nadie, a la mesa escritorio; se sienta a ella, abre el tintero y, después de extender unos papeles, se abisma en el trabajo...
Escribía, tachaba, leía, hacía acotaciones, poníase de nuevo a escribir; por último, empezó, al parecer, a pasar en limpio. Alboreaba ya, percibíanse los grises clarores de la tardía alba otoñal petrogradense, cuando Vladímir Ilich apagó la luz, se acostó en el lecho y quedóse dormido.
Por la mañana, a la hora de levantarse, advertía a todos los de la casa que no hiciesen ruido, porque Vladímir Ilich había estado trabajando toda la noche y sin duda estaría sumamente cansado. De pronto, cuando nadie lo esperaba, salió de la habitación completamente vestido, enérgico, lozano, animoso, alegre y bromista.
- ¡Les saludo en el primer día de la Revolución Socialista! -dijo a todos, y su rostro no denotaba el menor cansancio, como si hubiera dormido magníficamente, pero en realidad, sólo había disfrutado de dos o tres horas de sueño, todo lo más, después de una jornada de veinte horas de espantoso trabajo. Cuando todos se reunieron para tomar el té y salió del cuarto Nadiezhda Konstantínovna -que también había pasado la noche con nosotros-, Vladímir Ilich sacó del bolsillo unas hojas de papel, escritas ya en limpio, y nos leyó su famoso "Decreto sobre la tierra".
- ¡Ahora, sólo hace falta promulgarlo, darlo a conocer y difundirlo ampliamente! ¡Y que prueben entonces a volverlo atrás! Se quedarán con las ganas, no habrá Poder alguno capaz de quitar este decreto a los campesinos y de devolver la tierra a los terratenientes. Esta es una importantísima conquista de nuestra Revolución de Octubre. La revolución agraria será llevada a cabo y consolidada hoy mismo.
Cuando alguien le dijo que aún habría en los distintos lugares toda clase de desórdenes y luchas en torno a la tierra, respondió al instante que todo eso eran ya menudencias que se arreglarían, siempre que se comprendiese el verdadero fondo de la disposición y se penetrase en él. Y empezó a explicar con detalle que aquel decreto sería especialmente aceptable para los campesinos por haberlo basado en las peticiones contenidas en todos los mandatos de los campesinos a sus diputados y que habían sido recogidas en las recomendaciones generales al Congreso de los Soviets.
- Pero todos ésos eran socialrevolucionarios. Y por consiguiente, dirán que les hemos copiado -hizo notar uno de los presentes.
Vladímir Ilich se sonrió:
- Que lo digan. Los campesinos verán claro que nosotros apoyaremos siempre todas sus justas reivindicaciones. Debemos acercarnos por completo a los campesinos, a su vida y afanes. Y si se ríen algunos mentecatos, que se rían. Nunca hemos pensado entregar a los socialrevolucionarios el monopolio sobre los campesinos. Somos el principal partido del gobierno, y, después de la dictadura del proletariado, la cuestión campesina es la más importante. Aquel mismo día, por la tarde, había que promulgar en el Congreso el Decreto sobre la tierra. Se decidió pasarlo inmediatamente a máquina y entregarlo a la imprenta, para que apareciese al día siguiente en los periódicos. En el mismo momento se le ocurrió a Vladímir Ilich la idea de hacer público el Decreto y de que fueran insertados en todos los periódicos, con carácter obligatorio, todos los comunicados del gobierno.
Se acordó imprimir inmediatamente el Decreto sobre la tierra en librito aparte, con una tirada de no menos de cincuenta mil ejemplares, y distribuirlo en primer término entre los soldados que volvían a las aldeas, pues por conducto de ellos el Decreto llegaría con la mayor rapidez a lo más profundo de las masas. El acuerdo fue magníficamente cumplido en los días próximos.
Poco después nos dirigimos a pie hacia el Smolny; luego, tomamos el tranvía. Vladímir Ilich, al ver el orden ejemplar que reinaba en las calles, estaba resplandeciente de alegría. Con impaciencia, esperó la llegada de la tarde. Después de la aprobación por el Segundo Congreso de los Soviets de Rusia del Decreto sobre la paz, Vladímir Ilich dio lectura con singular claridad al Decreto sobre la tierra, que fue aceptado con entusiasmo y por unanimidad.
En cuanto lo aprobaron, lo envié con unos mensajeros a todas las redacciones de Petrogrado, y a otras ciudades lo mandé sin demora por correo y telégrafo. Nuestros periódicos lo habían compuesto previamente, y por la mañana temprano lo leyeron ya centenares de miles, millones de personas. Toda la población trabajadora lo acogió con júbilo. La burguesía lo recibió con silbidos de serpiente y ladridos de rabia en todos sus diarios. ¿Pero quién hacía caso de ellos entonces?
Vladímir Ilich estaba gozoso.
- Solamente esto -decía- dejará ya huella en nuestra historia para muchos, muchísimos años.
La época de fecunda labor creadora revolucionaria se iniciaba con gran éxito. Durante largo tiempo, Vladímir Ilich siguió mostrando su interés por el Decreto sobre la tierra; deseaba saber de continuo cuántos ejemplares del mismo, aparte de los periódicos, se habían repartido entre los soldados y los campesinos. El librito con el Decreto era reeditado muchas veces y distribuido gratuitamente en multitud de ejemplares no sólo en las capitales de provincia y cabezas de distrito, sino en todos los subdistritos municipales de Rusia.
El Decreto sobre la tierra llegó a ser, verdaderamente, conocido por todos. Quizá ninguna ley haya tenido en nuestro país tan amplia difusión como la alcanzada por este decreto, que constituye una de las leyes fundamentales de nuestra nueva legislación, socialista, a la que Vladímir Ilich dedicó tantas fuerzas y energías y a la que concedía tan enorme importancia.
Crear el escudo nacional de nuestro País soviético era tarea de gran importancia, pues ese escudo debería diferenciarse radicalmente, por su contenido, de todo lo que encerraban los escudos de los estados capitalistas.
II
EL ESCUDO NACIONAL SOVIÉTICO.
Crear el escudo nacional de nuestro País soviético era tarea de gran importancia, pues ese escudo debería diferenciarse radicalmente, por su contenido, de todo lo que encerraban los escudos de los estados capitalistas.
En la Secretaria del Consejo de Comisarios del Pueblo se recibió un proyecto de escudo, hecho a la acuarela. Tenía igual forma redonda y los mismos emblemas que ahora, pero en medio del mismo había una larga espada desnuda. Y parecía que la espada aquella absorbía todo el dibujo. El pomo se perdía entre unos haces de trigo, en la parte inferior del dibujo, y la afilada punta se hincaba en los rayos de sol que cubrían toda la parte superior del ornamento general.
Vladímir Ilich se encontraba en su despacho conversando con Y. Sverdlov, F. Dzerzhinski y algunos otros camaradas cuando el proyecto de escudo fue puesto sobre la mesa, delante de él.
- ¿Qué es esto, el escudo?... ¡Será interesante verlo! -y fijó su mirada en el dibujo, inclinándose sobre la mesa. Todos nosotros rodeamos a Lenin y nos pusimos a examinar con curiosidad el proyecto de escudo presentado por el dibujante de los talleres tipográficos de la dirección de emblemas y monedas del Estado.
El dibujo, en cuanto a su aspecto exterior, estaba bien hecho. Sobre un fondo rojo brillaban los rayos de un sol naciente, rodeados de un semicírculo de haces de trigo, en cuyo interior se divisaban con claridad una hoz y un martillo, mientras en el escudo, cruzándolo de abajo arriba, campeaba dominante, como advirtiendo a todos, una afilada espada de acero damasquino.
- ¡Es interesante!... -comentó Vladímir Ilich-.
Tiene idea, ¿pero para qué esa espada? -y nos miró a todos.
- Peleamos, combatimos y seguiremos combatiendo hasta que quede afianzada la dictadura del proletariado y echemos fuera de nuestras fronteras a los guardias blancos y a los intervencionistas, pero esto no quiere decir que la guerra, los espadones, la violencia militar vayan a predominar alguna vez entre nosotros. Nosotros no necesitamos conquistas. La política de las conquistas nos es completamente ajena; nosotros no atacamos, rechazamos los ataques de los enemigos interiores y exteriores; nuestra guerra es defensiva, y la espada no es nuestro emblema. Debemos tenerla empuñada con fuerza para defender nuestro Estado proletario mientras en nuestro país haya enemigos, mientras se nos ataque, mientras se nos amenace, pero ello no quiere decir que eso ocurrirá siempre...
- El socialismo triunfará en todos los países, es indudable. La fraternidad de los pueblos será proclamada y llevada a cabo en el mundo entero, y nosotros no necesitamos la espada, ella no es nuestro emblema... -repitió Vladímir Ilich.
- Del escudo de nuestro Estado socialista debemos quitar la espada... -siguió diciendo Vladímir Ilich, y la tachó con un lápiz de afilada punta y un signo de corrección, que repitió al margen derecho del escudo.
- En lo demás, el escudo es bueno. Aprobemos el proyecto y luego lo volveremos a ver y a examinar en el Consejo de Comisarios del Pueblo; pero todo eso hay que hacerlo lo antes posible...
Y firmó el dibujo.
Le devolví el proyecto al dibujante de la Dirección de Emblemas y Monedas del Estado, que se encontraba allí, y le pedí que enmendara el escudo.
Cuando el dibujo nos fue presentado por segunda vez, ya sin espada, acordamos mostrárselo al escultor Andréiev. El creyó necesario hacer algunas correcciones de carácter técnico; volvió a dibujar el escudo, espesó los haces de trigo, reforzó el brillo de los rayos de sol, y fue como si diera a todo mayor relieve y expresividad.
El escudo oficial de la República Socialista Soviética Federativa de Rusia fue aprobado en los comienzos del año 1918.
Vladimir Boch-Bruévich
De la tempestad surgieron...
(Relatos de la Revolución)
Varios Autores Sovieticos
Editorial Progreso, Moscú
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