“El enemigo ataca, nosotros nos
retiramos; el enemigo se acerca, nos dispersamos; el enemigo descansa, nosotros
lo hostigamos; el enemigo se retira, nosotros le perseguimos”
P. Mao
Que el odio de clase
se fortalezca con cada estudiante, obrero o campesino muerto.
Que el odio de clase
crezca tanto como la fuerza ideológica que nos mueve, de esa manera no habrá
forma de detenernos en esa dura e irrenunciable brega por enterrar el viejo
orden burgués-terrateniente.
Ya el presidente Mao señalaba que: “según la teoría marxista del
Estado, el ejército es el principal componente del Poder estatal. Quien quiera
tomar el Poder estatal y retenerlo, tiene que contar con un poderoso ejército”.
Pero no sólo eso, sino que advertía de que “sin un ejército popular, nada
tendrá el pueblo”.
Es decir, tener un ejército es una necesidad insoslayable ya que se
constituye en la columna vertebral en la que se sostiene el Poder estatal.
Cuánto fundamento y contundencia tienen estas citas del presidente
Mao, sin embargo, en una sociedad de clases, no sólo el proletariado y sus
aliados piensan de esta manera. El imperialismo, la gran burguesía, los grandes
terratenientes también tienen claro de esta necesidad, contar con un ejército
que le permita detentar el Poder; consiguientemente el papel de ese ejército
está sujeto de la clase a la que pertenece y representa; a qué dictadura responde
y está dispuesto a defender.
En una sociedad como las nuestras (tercer mundo), semifeduales y
semicoloniales, no puede haber un ejército que represente al pueblo. No porque
sus componentes, los elementos de tropa sean de origen o extracción campesina, obrero/popular
quiere decir que es un ejército del pueblo y por lo tanto eventualmente podrá
lanzarse a defender los intereses de éste.
Este punto es de suma importancia comprenderlo de una vez por todas.
En la rebelión de octubre en el Ecuador; en las luchas que viene emprendiendo
las masas chilenas en contra del gobierno de Piñera: las confrontaciones que se
desarrollan en Bolivia, Colombia, de manera recurrente se escuchan los llamados
que hacen los dirigentes populares, sindicales, campesinos a los militares para
que se incorporen a las luchas del pueblo, que redireccionen sus armas en contra
del gobierno.
La respuesta a este pedido ha sido clara. Militares y policías
riéndose satíricamente de la manera cómo causan daños físicos irreparables en
sus víctimas. Soldados y militares de origen popular, campesino e indígena,
riéndose mientras disparan a las masas. De hecho, ahora, siguiendo al pie de la
letra la doctrina sionista de represión a manifestantes, de manera deliberada
disparan las granadas de gas o la munición de goma a la cara de los manifestantes.
Hoy más que nunca, entre manifestantes ecuatorianos, chilenos, bolivianos y
colombianos ya son más de 200 las
personas mutiladas, afectadas con la perdida de uno de sus ojos; más de 3000
heridos con munición de bajo calibre y cerca de 120 muertos con munición de
guerra.
Eventualmente se han presentado casos en los cuales los militares se
han volcado para respaldar ciertas reivindicaciones y luchas de las masas, pero
de ninguna manera esto puede confundirnos y generar cierta expectativa de que
las FFAA puedan cumplir un rol que los aleje de su esencia como guardianes del
viejo poder burgués-terrateniente; si lo
han hecho, ha sido porque con fino cálculo se han ideo alineado con posiciones
que los pueda colocar en la presidencia o en un puesto privilegiado en el nuevo
gobierno. En el país lo hemos palpado, son generalmente militares o policías de
rangos medios, capitanes, mayores y a lo sumo, coroneles, sucedió con Vargas
Pazos, quién tuvo el apoyo de toda la izquierda electorera ecuatoriana,
inclusive de organizaciones pequeño burguesas que planteaban la lucha armada
como AVC y Montoneras Patria Libre; Lucio Gutiérrez, a quién el movimiento
indígena (Conaie) después de una gran jornada que también le costó al pueblo
poner su cuota de sangre, le entregó las riendas para que se convierta en
presidente del país.
Los hechos objetivos nos remiten mucha evidencia de cómo los miembros
de las FFAA y de la policía se han ensañado de la manera más abyecta en contra
del pueblo. De hecho, no hay mayor diferencia en el formato represivo que ha
utilizado el estado (en Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia) en contra de las
masas. Violencia extrema, tortura, asesinato, humillación, burla, sevicia ha
sido el denominador común. Y han sido precisamente hijos de campesinos pobres,
o de obreros, quienes han tirado el gatillo en contra de las masas luchadoras.
Y sin temor a la crítica debemos manifestar que sí, que es entendible
que los aparatos represivos se muestren o actúen de esa manera. Es comprensible
que torturen, que repriman al pueblo, que lo asesinen, al final, defienden al
viejo estado, defienden al imperialismo y sería propio de ingenuos, de bribones
o de oportunistas pensar que pueda ser de otra manera. Las FFAA devienen en pragmáticas,
hacen lo que tienen que hacer para poder neutralizar a la “subversión”, a los
“terroristas aliados al narcotráfico”, a los “vándalos”. Ellos, los aparatos
represivos del estado están ahí para eso, para defender a quienes detentan el
Poder, y si las condiciones lo requieren serán cruentos una y mil veces, porque
tienen claro que el Poder sea defiende de esa manera. Ya lo dicen en sus
documentos o en sus procesos de formación marcial: “el único guerrillero bueno
es el guerrillero muerto”, y para ellos, la reacción, guerrillero es todo aquel
que se opone desde distintas trincheras al viejo Estado.
De no ser así deberíamos preguntarnos, ¿si el proletariado tendría
el Poder en sus manos no tendría que utilizar también la violencia para neutralizar
como corresponde a quienes quieran arrebatarnos el Poder?, ¡desde luego! Lenin,
Stalin, el presidente Mao, el presidente Gonzalo saben que el Poder se defiende
con dictadura, y que esa defensa no se hace con guante blanco sino, preponderantemente,
con la firmeza y contundencia de las armas.
No podemos levantar cánticos pacifistas y amigables para pretender
ganarnos “la buena voluntad” de la policía y de las FFAA. No podemos llamarlos
a que plieguen a las luchas del pueblo porque estructuralmente no lo van a
hacer, no lo pueden hacer, no lo deben hacer.
Ellos, la represión, las FFAA, la policía hace lo que tiene que
hacer. El problema pasa porque nosotros no hacemos lo que debemos hacer: tener
nuestro propio ejército popular que se contraponga a ese aparato armado que
siempre, siempre está dispuesto a verter sangre por defender a la dictadura
burgués-terrateniente aun yéndose en contra de sus orígenes o extracción de clase.
Así ha sido antes, hoy, así lo será en el futuro.
Las últimas manifestaciones en los países de América del Sur dan cuenta
de 120 muertos en filas del pueblo; ni una sola baja de parte del enemigo. Nosotros
contamos nuestros muertos, heridos, torturados, mutilados, encarcelados, perseguidos,
da la idea, remitiéndonos a los resultados objetivos de la lucha, que las victorias
populares han sido pírricas en estas últimas jornadas, que es más lo que hemos
entregado en costos de vidas humanas de lo que en verdad hemos ganado, al final del camino, quienes se han fortalecido
en sus esquivos propósitos han sido los oportunistas que ya tienen agendas
electorales propias utilizando a nuestros mártires y demás víctimas de la
represión.
En enemigo no cuenta muertos, quizá muchos heridos. Pero no porque
nosotros contemos nuestras víctimas, enaltezcamos nuestros mártires quiere
decir que podremos equilibrar la correlación de fuerzas en términos militares,
pero hay que reconocerlo: ¡algo está mal aquí!
¿Qué debemos hacer?, Tener un ejército popular con correcta
dirección ideológica. Lanzarlo a combatir y a destruir al ejército burgués, es
lo que debemos hacer. ¿Queremos armas?, pues vamos a recuperarlas de sus manos.
Queremos recursos bélicos, pues vamos a asaltar sus cuarteles. Hombres los
tenemos, son las masas, los campesinos pobres, los obreros pobres, ellos son la
fuerza que nos permitirá infringir una definitiva derrota a nuestros enemigos.
Los oportunistas rabiosos dicen: “No hemos sido preparados
militarmente para combatir a la represión en ese plano”. Se olvidan o no
quieren mirar el devenir histórico. La experiencia del proletariado
internacional es rica en escuela, en línea militar. El presidente Mao elaboró la
línea militar del proletariado, la guerra popular, ahí lo tenemos todo.
También tenemos la experiencia del proletariado internacional en el
Perú, Filipinas, Turquía, la India; en las experiencias armadas en Brasil,
Bolivia, Colombia y aquí en el país; es decir, hay que sistematizar y entender que,
en el curso de la guerra, con ideología correcta, sabremos sacar lecciones e
incorporar las luchas del proletariado internacional a nuestra experiencia en particular,
a nuestra realidad en concreto.
Hay que ver y entender que los militares y la policía son la forma cómo
se expresa de manera armada, represiva la dictadura los grandes burgueses y
terratenientes. Basta ya de convocarlos, pretender sensibilizarlos y pensar que
obren de “buena voluntad”. El único militar bueno es el que se deserta de su
unidad y se viene a las filas del pueblo con todo su armamento. Ya lo acaban de
demostrar tres militares en Colombia; denuncian a sus mandos, pliegan a las
luchas del pueblo. Claro, el costo es alto, uno de ellos decidió inmolarse; otro:
desaparecido y el restante enjuiciado y preso. Por fuera de eso no hay sino asesinos
y verdugos del pueblo.
La experiencia nos dice mucho. En las luchas populares que se han
desatado en Latinoamérica se ha evidenciado cómo y en qué condiciones han
operado los militares: miserables, violentos, cruentos, manipuladores (se
cobijan en las sotanas de la iglesia católica), es decir, prestos en defensa
del viejo Estado y sus instituciones. Y no hartos con el reguero de sangre y
dolor que han dejado en su orgía represiva, quieren más, se sienten humillados
por que sí, también nos dimos modos de humillarlos, entonces quieren venganza
porque no nos quieren dejar con victoria alguna en las manos. Hace pocos días
el comandante del Ejército ecuatoriano solicitaba al régimen y a la Asamblea
Nacional que “les den garantías para luchar en contra de los violentos”. Es decir,
quieren patente de corso para matar, torturar, perseguir.
¿Debemos dejarnos intimidar?,
¿Debemos mostrar la otra mejilla?
¡Imposible!.
En Bolivia los militares jugaron un papel dirimente en las
contradicciones inter burguesas (burguesía compradora y burguesía burocrática),
ahora, serviles a la burguesía compradora reprimen a un pueblo golpeado,
desencantado, que lucha y vierte sangre por alinearse a uno de los bandos
burgueses, ajenos totalmente a sus verdaderos intereses.
En todos estos países están los pequeños burgueses, los “pacifistas”
que claman no arrastrar a las masas a la violencia a la “no confrontación entre
hermanos”, “los militares también son pueblo”; discurso trillado y miserable
que desatiende la conformación de la sociedad en clases y la permanente y
antagónica lucha que existe entre estas. Es precisamente la pequeña burguesía
la que deviene en perros guardianes de la vieja democracia burguesa convocando
a marchar como corderos, desarmar al pueblo, porque de esa manera no sólo le
arrebatan sus herramientas de lucha popular violenta, sino que también los
desmovilizan ideológicamente.
Lenin y el presidente Mao entendieron muy bien el rol que cumple la
guerra cuando es expuesta como lucha de clases. Citan a Clausewitz y su
brillante reflexión al respecto:
Lenin en Los Principios del Socialismo y las Guerras de 1914-1915
señalaba que “comprendemos el lazo inevitable que une las guerras con la
lucha de clases en el interior del país, y en que comprendemos que no se puede
suprimir las guerras sin suprimir antes las clases y sin instaurar el
socialismo”, o que “La guerra es
la prolongación de la política por otros medios", y desde luego, ese quehacer de la
guerra no será de una manera anárquica, sin orden, sin estructura, sin línea,
sin propósitos concretos, mucho menos, con cantatas, tambores, payasos,
cacerolas, músicos y otras manifestaciones de la comparsa. La lucha es
violenta, y si por alguna razón no puede ser violenta, la acción por sí mismo
debe servir a que ésta tome ese carácter, violento. El presidente Mao sostenía:
"Hacer la revolución no es
ofrecer un banquete, ni escribir una obra, ni pintar un cuadro o hacer un
bordado; no puede ser tan elegante, tan pausada y fina, tan apacible, amable,
cortés, moderada y magnánima. Una revolución es una insurrección, es un acto de
violencia mediante el cual una clase derroca a otra".
Hoy la reacción en los países de Latinoamérica
le declara la guerra a los trabajadores, campesinos, a las masas explotadas. ¿Debemos
acaso bajar los brazos y ponernos a buen recaudo como ya lo está los cobardes,
los oportunistas?, no, definitivamente, hay que “oponer la guerra a la
guerra, oponer la guerra revolucionaria a la guerra contrarrevolucionaria,
oponer la guerra revolucionaria nacional a la guerra contrarrevolucionaria
nacional y oponer la guerra revolucionaria de clase a la guerra
contrarrevolucionaria de clase. La historia conoce sólo dos clases de guerras:
las justas y las injustas. Apoyamos las guerras justas y nos oponemos a las
injustas. Todas las guerras contrarrevolucionarias son injustas; todas las
guerras revolucionarias son justas.
El marxismo nos
ensaña que hay que ser contundentes e inflexibles con el enemigo. Hay que
aprender de la experiencia de la Comuna de París. Y sin pretender ser bíblicos,
no hay que dejar piedra sobre piedra del viejo orden burgués-terrateniente.
Hay que ser
contundentes con el enemigo y sus aliados. El presidente Gonzalo y la guerra
popular nos dejan el libro abierto de su experiencia. No podemos acongojarnos o
perder la objetividad en desconocer lo necesario de acciones contundentes y
oportunas en su contexto como las de Taratá en Lima y Lucanamarca en Ayacucho;
o la justa medida tomada en contra de María Elena Moyano en Villa El Salvador
(Lima), que también nos han legado línea; respuestas legítimas que no sólo se inscriben
dentro del plano de la guerra y su significado, sino por el mensaje que emite
de que la lucha de clases es un acto cruento donde se dirimen las
contradicciones antagónicas existentes entre estas. ¿Acaso el enemigo no tuvo
su jauría de sangre en Socos, Pucayacu, Accomarca, Barrios Altos, La Cantuta?
Palabra por palabra, golpe por golpe, sangre por sangre, Así el enemigo
entenderá que no asiste a un sacrificio de becerros sino a confrontar a la
clase, al pueblo en armas y que ahí va a encontrar su piedra de tope, a sus
sepultureros.
El problema de
la guerra siempre será un problema de Poder, y en los hechos se traduce en cómo
someter al enemigo, quitarle su capacidad de combate, de ser necesario,
aniquilarlo contundentemente y no nos referimos básicamente al problema
militar, sino también al campo de las ideas. Stalin sostenía que “las ideas son
más poderosas que las armas. Nosotros no dejamos que nuestros enemigos tengan
armas, ¿por qué dejaríamos que tuvieran ideas?” y hay que pensar bien en esto. El viejo Estado
tiene su aparato armado, pero ese aparato se mueve en función de la ideología,
de las ideas que les permiten detentar el poder en todos los órdenes. Entonces
hay que combatir sus ideas, también en todos los órdenes, lo hacemos cuando
combatimos al revisionismo, al oportunismo, es importante hacerlo, es ahí donde
las ideas de la clase dominante se refinan, se amalgaman al discurso
revolucionario o de las reivindicaciones de las masas. Esas armas son
poderosas, tremendamente hostiles con la clase y el pueblo, entonces requiere
ser combatida, y no sólo con ideas, con ideología, sino también con armas
cruentas, porque son los mismos enemigos que el ejército burgués. El
revisionismo y el oportunismo se despabila para diseñar la estrategia represiva
del viejo Estado que son quienes culminan cruentamente la tarea de neutralizar
a las masas.
Clausewitz
señala cosas de importancia que hay que observarlas y considerarlas, no son
ajenas a los requerimientos que tiene la clase y el pueblo el momento de confrontar
a su enemigo antagónico. Manifiesta que “almas humanitarias podrán concebir fácilmente que exista una
inutilización, un desarme artístico del adversario sin causarle demasiadas
heridas, y que tal sea la verdadera tendencia del arte de la guerra. Por muy
bello que nos parezca nos vemos obligados a destruir tal error, pues en asuntos
tan peligrosos como la guerra, los errores que se dejan subsistir por
benignidad son precisamente los más perjudiciales”. Y cometer ese error es precisamente a lo que nos
empuja el oportunismo cuando pregona que hay que movilizarse, que hay que
protestar, pero con mimos, bombos, con pancartas, con cánticos lastimeros, tratan
de disponer de un ejército de corderos que terminan en la mesa tendida de las
clases dominantes.
Ese es el craso
error que comete la clase y el pueblo cuando dejamos pasar de manera pusilánime
la acción de aquellos que traicionan las luchas de las masas, cuando trafican
con la sangre del pueblo en las elecciones, o cuando sin empacho alguno se
regalan al enemigo como informantes por un puñado de monedas.
En la rebelión
de octubre lo teníamos todo para conquistarle armas al enemigo, sin embargo, la
dirigencia indígena puso el alto, las recogió y se las devolvió con acta de
entrega recepción. Cuando se pudo hacer doler al enemigo, tanto como le
hicieron doler a nuestro pueblo, también se puso el alto, porque la dirigencia
del movimiento indígena, sindical y popular movilizó a las bases para ser
quienes neutralicen la acción del combatiente consciente.
El enemigo de
la clase y el pueblo no se merece piedad alguna. Si tienen que verter sangre, pues bien, que la
viertan, se están dispuesto a matar, entonces que estén dispuestos a morir.
Plegando al
aforismo de Causewitz señalamos aquello de que “la guerra es un acto de fuerza y no existe límites en el empleo de ésta;
cada beligerante impone al otro su ley; se establece una acción recíproca que,
lógicamente, conducir al extremo”; es decir, el
enemigo permanente y cotidianamente busca imponer su ley, no mide cómo ni en
qué condiciones hacerlo, sólo imponer su ley; ¿acaso nosotros, la clase, el campesinado
pobre, las masas, no deberíamos hacer lo mismo?.
Está claro, la
guerra no es una guerra limpia, no esperemos un enemigo que “respete los
derechos humanos”, no exijamos que respete los derechos humanos porque no
responde a las masas sino a quienes detentan el poder; no esperemos un enemigo
que respete ancianos, mujeres embarazadas o niños, la guerra contra el pueblo
es total, y la respuesta debe ser de igual manera, total, sin eufemismos, dura,
cruenta, “el que emplee esa fuerza
sin miramientos, sin economía de sangre, adquirirá superioridad si el enemigo
no hace lo mismo”.
Hay que
contraponer la guerra reaccionaria con guerra revolucionaria. El enemigo de la
clase, del pueblo desata campañas militares, psicológicas, económicas,
políticas en contra de las mayorías; pues bien, debemos confrontarlo también en
ese orden, total, sin perder la perspectiva de que sustentarnos en aquello de
que ellos, el enemigo, pelea a su manera, nosotros a la nuestra, sin perder la
iniciativa, he ahí la clave de la acción.
Lo hemos
palpado estos últimos días. Primero nos matan, nos sacan los ojos, después
asoman resguardando camiones con “ayuda humanitaria”, plan “toda una vida” le
llaman acá en el Ecuador, no diferente a la Alianza para el Progreso, el
gobierno y la reacción se han volcado a hacer campañas sicológicas, a llevar
víveres, abonos, semillas al campo, quieren, o pretenden comprar la conciencia
de las masas con un plato de lentejas.
Hay que
constituir o reconstituir partidos comunistas, pero como nos enseñó el
presidente Gonzalo, militarizados. Hay que construir los tres instrumentos para
la revolución de manera concéntrica y simultánea, pero hay que hacerlo mientras
se lucha, mientras se participa de manera activa en la lucha de clases,
mientras se desata violencia revolucionaria, eso acuña, eso le pone sello, eso
le imprime la rúbrica de que dicha construcción apunta o se dirige a una sola
meta, desatar la guerra popular. Si no hacemos nada de esto, nos pasaremos
junto al pueblo contando muertos, mutilados, torturados, presos y desaparecidos
mientras el poder seguirá en manos de nuestros opresores, explotadores y
verdugos.
¡SI
NO TENEMOS UN EJÉRCITO POPULAR, NADA TENEMOS!
¡SI
NO COMBATIMOS AL REVISIONISMO, NADA HABREMOS HECHO!
¡SI
ESTAMOS DISPUESTOS A MORIR POR NUESTRA IDEOLOGÍA, PUES BIEN, HAGAMOS QUE EL
ENEMIGO DE LA CLASE Y DEL PUEBLO TAMBIÉN PONGA SU CUOTA DE SANGRE!
¡A PREPARAR LA GUERRA POPULAR EN
MEDIO DE LA VIOLENCIA REVOLUCIONARIA!
¡SALVO
EL PODER TODO ES ILUSIÓN!
A CONQUISTAR EL SOL
ROJO DE LA LIBERACIÓN: ¡EL COMUNISMO!Partido Comunista del Ecuador -Sol Rojo
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