Un padre cariñoso, dedicado a la familia y que adoraba reunir a
familiares y amigos para almorzar en su casa de campo: estos son algunos
de los aspectos de la vida de Stalin revelados en “La vida privada de Stalin“.
La autora es Lilly Marcou, historiadora francesa de origen rumano que
estudió la vida del líder soviético durante más de 30 años. Aunque se
define, al mismo tiempo, como “no comunista”, pero “fascinada” por la
personalidad de Stalin, Marcou no consigue ocultar en su libro su
admiración por la vida del gran líder bolchevique, el que tampoco pasó
desapercibido para los medios de comunicación más reaccionarios, que la
acusaron de ser demasiado “condescendiente” con Stalin.
Orígenes
Lilly Marcou nos cuenta la historia de Stalin desde sus comienzos en
Gori, Georgia. Nacido en una pequeña casa de dos habitaciones, con suelo
de ladrillo, losa de arcilla y agujeros en el techo, la casa de Sosso
-apodo de la infancia de Stalin- siempre se inundaba cuando llovía. Su
padre, alcohólico y ausente, solía golpear a su madre e incluso al
propio Sosso cuando aún era un recién nacido. Una vez, ya crecido, Sosso
le lanzó un cuchillo al padre al verlo golpear a su madre. No acertó
por muy poco, y por eso tuvo que esconderse durante varios días en la
casa de los vecinos.
Vissarion Dzhugasvili y Yekaterina Gueladze “Keke”, padres de Stalin
En la escuela
Sosso era brillante en la escuela, especialmente en aritmética y
matemáticas. Su excepcional memoria asombraba a los maestros. Con tan
sólo 13 años de edad, leyó “El Origen de las Especies“, de Charles Darwin, y era primer tenor en el coro de la iglesia y la escuela.
Su madre, para pagar sus estudios, limpiaba, lavaba la ropa y cosía para
las mujeres ricas. El padre de Stalin, contrario a sus estudios, lo
sacó de la escuela a los 10 años y lo llevó a trabajar como obrero a una
fábrica de la ciudad vecina. Pero Keke -como le llamaban a su madre-
fue detrás del niño y logró traerlo de vuelta en una semana.
Stalin siempre encontró en los libros un refugio para su penosa vida. Se
identificaba con varios héroes, pero uno lo marcó especialmente más que
otros: Koba, un vengador del pueblo esclavizado que actuaba fuera de la
ley, un personaje del libro “Parricidio” de Aleksandr Kazbegi. El nombre de este personaje fue adoptado posteriormente por Sosso en su vida de militante clandestino.
Keke quería que su hijo se convertiese en sacerdote y, debido a sus
buenas notas, Sosso logró entrar en el seminario. Pero el ambiente de
opresión sólo aumentó su ira. Documentos de la época indican que Stalin
era considerado un alborotador por la dirección de la escuela. No le
gustaban los libros religiosos y leía, escondido, a Galileo, a
Copérnico, a Darwin y a Víctor Hugo, lo que le valió la soledad varias
veces. Más tarde, aún en el seminario, descubre a Marx, a Plejanov y a
Lenin.
La lucha
Comienza entonces su activismo en grupos políticos, ya como
revolucionario profesional y teniendo un trabajo sólo de fachada. Dejó
el seminario y comenzó a vivir en una habitación individual en el
Observatorio de Física, donde trabajaba y recibía a los trabajadores
para las reuniones. Formó varios grupos de estudio, y se reveló como un
excelente propagandista, poseyendo el don de la exposición concisa y
clara.
Era incansable en la organización de huelgas, manifestaciones
callejeras, reuniones secretas y mítines. Con la situación económica
precaria, no tenía a nadie más salvo a su madre, pero no le pidió dinero
alguno. Registros policiales de la época lo describen como un
intelectual y uno de los principales líderes de la región.
Debido a la gran represión, entre los años 1902 y 1913, Stalin fue
detenido ocho veces, exiliado en siete ocasiones, huyendo en seis de
ellas. Pero la prisión para él nunca fue tiempo perdido: aprovechaba
para estudiar. Además de los libros teóricos y científicos, estudió
alemán, francés e Inglés, además de hablar ya ruso y georgiano. Tenía
una disciplina férrea y leía vorazmente. Durante sus detenciones, debido
a la situación de pobreza, pasaba frío y hambre. Tosía mucho y casi
contrajo tuberculosis. Más tarde, exiliado en Siberia, llegó a soportar
temperaturas de hasta 45º bajo cero.
Ekaterina Svanidze y Stalin |
Stalin se casa por primera vez, en 1906, siendo aún un joven
revolucionario, en medio del fuego de la lucha de clases. Su primera
esposa no era una intelectual ni una revolucionaria: encajaba en la
tradición de esposas dedicadas al marido y al hogar. Era sumisa, pero no
una esclava; fiel, pero no servil. Esperaba, en el fondo, que un día
Stalin abandonase la vida de revolucionario y llevase una vida normal de
jefe de familia. En 1907, nace su primer hijo, Iakov. Pero sólo 14
meses después, muere su esposa, a los 24 años.
Su muerte fue una gran prueba para Stalin, que la amaba profundamente.
Estaba preso cuando ella murió y obtuvo el permiso para asistir al
funeral, en el que se mostró devastado, despeinado, y con el rostro
petrificado por el dolor.
Humildad
En el trato con los hijos, la correspondencia de Stalin muestra que él
parecía más cercano a los hijos que su segunda esposa. Era el que
siempre intervenía para secar las lágrimas y consolar, especialmente a
su hija favorita, Svetlana. “Mi padre me cogía siempre en brazos, no
paraba de decirme que me adoraba, me besaba, multiplicaba los apodos
cariñosos: “Mi pequeño gorrión”, “mi pequeña mosca”… no podía soportar
ver a un niño llorando y gritando. Mamá lo regañaba, diciéndole que me
malcriaba“.
Varios episodios de la vida de Stalin revelan su gran sencillez. En los
años 30, por ejemplo, paseaba solo por las calles de Moscú, sin
guardaespaldas, y llevaba una vida tan austera que tenía un único un
traje para cada estación. El resto de su guardarropa era exactamente
eso: una chaqueta del ejército, y un uniforme de mariscal. Molotov
cuenta que, en el momento de su muerte, no tenía con que ser enterrado,
ya que sus ropas estaban extremadamente desgastadas. Tuvieron que ser
enviadas a una costurera antes del entierro.
Otro caso, también ilustrativo de su sencillez, ocurrió el 17 de julio
de 1949. Era un día lluvioso y, al pasar en el coche delante de una
parada de autobús, Stalin vio a la gente mojándose y sintió lástima. Le
pidió a su conductor que parase, y que se ofreciese a llevar a todos a
sus casas. El conductor fue a buscarlos, pero volvió sin nadie, a lo que
Stalin respondió: “Eso es porque usted no sabe hablar con el pueblo“.
Stalin bajó y llamó a todos a su coche. La gente no podía creer lo que
estaba sucediendo: ¡el propio Stalin estaba allí, ofreciéndoles
llevarlos! Pero como el número de personas era demasiado elevado para
hacerlo de una vez, tuvieron que hacerse dos viajes para conseguir
llevarlos a todos. Dentro del coche, Stalin habló mucho con la gente, y
una adolescente le contó su drama: su padre había muerto en el frente de
guerra. Pasado un tiempo, ella recibió de Stalin un uniforme escolar y
una carpeta.
En mayo de 1944, durante un periodo de tregua en la guerra, Stalin se
dio cuenta de que había mucho dinero en una bóveda cuyas llaves eran
guardadas por su secretario. Perplejo, le preguntó de dónde venía
aquella suma. Éste le explicó que eran sus salarios acumulados de
diputado, ya que el único gasto de Stalin era pagar la cuota al Partido.
Stalin no sabía qué hacer con el dinero. Así, decidió distribuirlo
entre sus viejos amigos de Gori, su ciudad natal. Todas las órdenes de
pago eran acompañadas de una nota, que decía: “…acepte un pequeño regalo de mi parte. Su Sosso“.
Entre sus amigos estaban Petia, que recibió 40.000 rublos; Grisha, que
recibió 30.000 rublos y Dzeradze, que recibió 30.000 rublos.
Un buen libro, pero…
El libro de Lilly Marcou, mientras que apenas cumple con lo que la
autora propone inicialmente -centrarse en la vida privada de Stalin y
sólo aludir a los hechos políticos cuando sea esencial- es envolvente,
pero es problemático en sus incursiones políticas. Varios adjetivos de
fuerte carga ideológica utilizados para caracterizar a Stalin se
muestran innecesarios en la obra, así como la reproducción de varias
mentiras y lugares comunes sobre el líder soviético fabricados en la
guerra fría y ya probados como falsos, como su supuesto antisemitismo,
su “paranoia” o su “manía persecutoria”. Pero el libro también tiene su
mérito, al revelarnos un rostro más humano de Stalin, termina
despertando gran admiración y simpatía por el querido líder soviético,
más allá de inspirar a todos aquellos que, así como el joven y el viejo
Stalin, luchan por un mundo más justo y dedican su vida a ello.
Traducido por “Cultura Proletaria” de Averdade.org.br
No hay comentarios.:
Publicar un comentario