El siguiente texto ha sido extraído de las Obras Completas de Georgi Dimitrov., Editorial del PCB, 1954
Cuando hace dos años, en agosto de 1935, el VII Congreso de la
Internacional Comunista analizaba la situación internacional, buscando
los caminos y los medios para la lucha de la clase obrera contra la
ofensiva del fascismo, señaló el nexo indisoluble que existe entre la
lucha contra el fascismo y la lucha por la paz. El fascismo es la
guerra, declaró el Congreso. El fascismo, después de subir al poder,
contra la voluntad y los intereses de su propio pueblo, busca una salida
a las dificultades internas, cada vez mayores, que le acosan, en la
agresión contra otros países y pueblos, en un nuevo reparto del mundo,
mediante el desencadenamiento de la guerra mundial. La paz es, para el
fascismo, el hundimiento seguro. El mantenimiento de la paz
internacional da a las masas eclavizadas de los países fascistas la
posibilidad de acumular fuerzas y prepararse para derribar la odiada
dictadura fascista y permite al proletariado internacional ganar tiempo
para lograr la unidad de sus filas, para establecer el frente común de
los partidarios de la paz y para levantar una barrera infranqueable
contra el desencadenamiento de la guerra.
Cuando el VII Congreso caracterizó al fascismo como promotor de la
guerra, señalando el peligro creciente de una nueva guerra imperialista y
la necesidad de crear un potente frente único de lucha contra el
fascismo, hubo no poca gente, incluso dentro del movimiento obrero, que
no se recató en decir que nosotros, los comunistas, asignábamos al
fascismo ese papel e hinchábamos el peligro de una guerra, pura y
simplemente, porque así convenía a nuestros designios de propaganda.
Unos lo hacían conscientemente en interés de las clases dominantes,
otros, porque su miopía política no les permitía ver más allá. Pero los
dos años transcurridos desde entonces han demostrado con harta
elocuencia cuán absurdas eran esas imputaciones. Hoy, tanto los amigos,
como los enemigos de la paz hablan ya abiertamente del peligro inminente
de una nueva guerra mundial. Y nadie, que esté en su sano juicio, duda
tampoco que los promotores de la guerra son precisamente los gobiernos
fascistas. En algunos países, la guerra es una realidad. Hace ya un año
que los invasores italianos y alemanes hacen la guerra al pueblo
español, a la vista del mundo entero. Y, después de haberse anexionado
la Manchuria, las tropas fascistas japonesas vuelven a atacar al pueblo
chino y libran ya en el Norte de China una nueva guerra.
Manchuria, Abisinia, España, el Norte de China son otras tantas
etapas hacia la nueva guerra de rapiña del fascismo. No se trata de
actos aislados. Los agresores fascistas y los incendiarios de la guerra
forman un bloque: Berlin-Roma-Tokio. El tratado “anti-Comintern”
germano-japonés –que es, como se sabe, de hecho, un tratado de carácter
militar, al que se ha adherido también Mussolini- se aplica ya en la
práctica. Bajo la bandera de la lucha contra el Comintern, contra el
“peligro rojo”, los conquistadores alemanes, italianos y japoneses se
esfuerzan por ocupar, mediante guerras parciales, posiciones militares
estratégicas, nudos de comunicaciones terrestres y marítimas y fuentes
de materias primas para la industria de armamentos que les permitan
desencadenar la nueva guerra imperialista.
No hay que engañarse, esperando a la declaración formal de guerra,
sin ver que la guerra está ya ahí. En su interviú con Roy Howard, en
marzo de 1936, decía el camarada Stalin:”La guerra puede estallar en el
momento menos pensado. Hoy, las guerras no se declaran. Comienzan,
sencillamente”.
Los acontecimientos de estos últimos años confirman palmariamente la
verdad de esta tesis. El Japón rompió las hostilidades contra China y se
anexionó la Manchuria sin una declaración oficial de guerra; Italia no
declaró la guerra al pueblo abisinio para atacarle y anexionarse su
territorio, y Alemania e Italia pelean contra la República Española, sin
haberle declarado la guerra.
Sabido es que los pueblos no quieren la guerra y que una serie de
Estados no fascistas se hallan interesados, dentro de las condiciones
actuales, en el mantenimiento de la paz. ¿En qué basan, entonces, sus
cálculos los promotores fascistas de la guerra? Todas las experiencias,
que hoy poseemos, después de la campaña de conquista de la pandilla
militar nipona contra la Manchuria y del fascismo italiano contra
Etiopía, indican inequívocamente que el bloque de los bandoleros,
formado por los usurpadores del poder en Alemania, el Japón e Italia,
aspira, para llevar a cabo sus planes de guerra, a lo siguiente:
primero, impedir una actuación conjunta de los Estados interesados en el mantenimiento de la paz;
segundo, evitar que se establezca la unidad de acción del movimiento
obrero internacional, que se forme un potente frente único mundial
contra el fascismo y la guerra;
tercero, fomentar el trabajo de zapa de los espías y agentes
saboteadores en la Unión Soviética, que es el baluarte más importante de
la paz.
En esto basan sus cá:lculos, fundamentalmente, los fascistas.
Y, en efecto, los agresores fascistas e incendiarios de la guerra
trabajan con insistencia y de mutuo acuerdo en estas tres direcciones.
Presionan a los Estados del Occidente de Europa, amenazando sus
intereses territoriales. Preparan una agresión contra la Unión
Soviética. Especulan ampliamente con la prudencia de los elementos
gobernantes de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Con la
propuesta de llegar a un acuerdo entre sí respecto al saqueo de los
pequeños Estados, de España y de China, intentan por todos los medios
ganarse los favores de los conservadores ingleses y de una serie de
personajes liberales y del Partido Laborista, para desligar a Inglaterra
de Francia y de los demás países democráticos.
Presentando perspectivas tentadoras del mismo género, hacen esfuerzos
increíbles por llegar a un acuerdo con los reaccionarios franceses,
sobre la base de que Francia renuncie al pacto franco-soviético, con lo
cual la Unión Soviética se vería aislada. Los Estados fascistas han
abandonado la Sociedad de las Naciones con objeto de tener las manos
libres para sus agresiones. Intimidan a los Estados débiles con amenazas
de un ataque desde fuera y con la organización de conspiraciones y
disturbios dentro. Los incendiarios fascistas de la guerra utilizan a
los traidores y, especialmente, a los trotskistas, para una labor de
zapa y de desorganización en las filas del movimiento obrero, para hacer
fracasar el Frente Popular en España y en Francia. La reciente
intentona de Barcelona ha demostrado bien claramente como los fascistas,
que manejan los hilos de las organizaciones trotskistas, las utilizan
para apuñalar al Frente Popular por la espalda. Y los actos de los
adversarios de la unidad del proletariado internacional en las filas de
la Segunda Internacional y de la Unión Sindical Internacional son
aprovechados también magníficamente por los incendiarios fascistas de la
guerra, que laboran diligentemente y reclutan agentes en todas partes.
La Unión Soviética se ha cruzado m´s de una vez en el camino de los
planes bélicos de los agresores fascistas, con su política consecuente y
resuelta de paz. Y se puede afirmar, sin incurrir en ninguna
exageración, que hace ya mucho tiempo que la humanidad se habríha visto
empujada a la más espantosa de las guerras, si la Unión Soviética no
hubiese seguido su política tenza e inflexible de paz y si no hubiese
existido su glorioso Ejército Rojo.
Pero, si los agresores fascistas tropiezan con la debida resistencia
por parte de la Unión Soviética, que al proceder así, no obra solamente
en interés del pueblo soviético, sino en interés de toda la humanidad
trabajadora, no podemos decir lo mismo en lo que a los países de
democracia burguesa se refiere. Aquí, nos encontramos –como lo demuestra
claramente el ejemplo de España y China- con que los elementos
dirigentes de los Estados occidentales no fascistas más importantes
favorecen, directa o indirectamente, las intenciones del bloque
fascista.
¿Acaso no fue favorecer a los incendiarios fascistas de guerra el
tolerar que los militaristas japoneses se anexionaran la Manchuria?
¿Acaso no fue espolear al agresor fascista el hecho de no oponer una
resistencia resuelta a la sangrienta campaña de Mussolini contra el
pueblo abisinio? ¿Acaso toda esa farsa de la “No intervención” en los
asuntos de España, que se está representando desde hace ya un año, bajo
la dirección del gobierno inglés, acaso las negociaciones que se están
llevando a cabo para el reconocimiento de Franco como “potencia
beligerante” no son, de hecho, actos que alientan la guerra de los
Estados fascistas contra la República española? ¿Acaso esa actitud
benevolente para con los cínicos conquistadores del Norte de China no es
el estímulo más indignante para la desenfrenada pandilla militar
japonesa, que pretende esclavizar al gran pueblo chino? ¿Cómo los
pueblos de Inglaterra, de Francia, de los Estados Unidos, los pueblos de
los demás países no fascistas pueden contemplar tranquilamente estos
hechos? ¿Cómo pueden tolerar que se siga esta conducta sistemática de
condescendencia y aliento hacia la agresión fascista, que allana a los
incendiarios fascistas de una nueva guerra mundial el camino para sus
crímenes monstruosos?
A la luz de estos hechos, se ve todavía más claramente cuán enorme es
la responsabilidad histórica que recae sobre los círculos y los
dirigentes de la Internacional Obrera Socialista y de la Internacional
Sindical de Ámsterdam que entorpecen obstinadamente el establecimiento
de la unidad de acción del proletariado internacional, la aplicación de
una política internacional conjunta y coordinada contra los incendiarios
fascistas de la guerra por parte de las organizaciones del proletariado
internacional y la formación de un poderoso frente internacional de la
paz.
Cuando la pandilla militar japonesa se anexionó la Manchuria, ciertas
gentes, que pretenden desempeñar un papel en el movimiento obrero,
aseguraron a los obreros de sus organizaciones que la Manchuria estaba
lejos, que aquella invasión japonesa no afectaba a los intereses del
movimiento obrero internacional. Cuando las hordas militares fascistas
de Mussolini aplastaron al pueblo abisinio, estas personalidades
aseguraron que los acontecimientos de Abisinia no eran más que un
conflicto colonial de tipo local y que el proletariado internacional no
tenía por qué mezclarse en el asunto. Y cuando los agresores fascistas,
envalentonados, atacaron a la República española y encendieron la guerra
en la misma Europa, los dirigentes de la Segunda Internacional, después
de largos meses de penosas vacilaciones, accedieron a celebrar una
reunión conjunta con la delegación de la Internacional Comunista en
Annemasse. Pero no para establecer prácticamente la unidad de acción de
las organizaciones obreras internacionales, sino simplemente para
reconocer la conveniencia de organizar acciones conjuntas, “siempre que
sea posible”.
Desde entonces, la intervención fascista en España se ha agravado
considerablemente. Y ahora, la nueva agresión de la pandilla militar
japonesa en el Norte de China pretende, según los designios del Japó,n,
crear un segundo Manchukúo y la base para seguir desarrollando los
planes de conquista contra China.
¿No es evidente que, en estos momentos, en que el pueblo español
concentra toda sus fuerzas para rechazar la agresión de los invasores
fascistas y en que el pueblo chino se levanta contra la pandilla militar
japonesa, que invade su país, las organizaciones obreras
internacionales deberían unir, por fin, sus esfuerzos y actuar
resueltamente y con toda energía y decisión en defensa de la paz
internacional?
Hoy, la situación está planteada así: mantener la paz internacional
significa, ante todo, conseguir la derrota de los conquistadores
fascistas en España y en China. Hay que darles una buena lección; hay
que hacerles comprender que el proletariado internacional y toda la
humanidad progresista y civilizada no tolerarán sus usurpaciones y están
dispuestos a hacer cuanto sea necesario para que no prosperen sus
planes criminales de desencadenamiento de una nueva guerra mundial.
¿Es que la Internacional Obrera Socialista y la Unión Sindical
Internacional van a seguir, a pesar de todo lo que ocurre, contentándose
con hacer declaraciones y protestas verbales en favor de la paz, pero
rehuyendo de hecho las tan necesarias acciones conjuntas de todas las
organizaciones del movimiento obrero internacional? Estas acciones
conjuntas de las organizaciones obreras internacionales, dentro de cada
país y en el plano internacional, son las únicas, que pueden movilizar
las fuerzas de la humanidad progresista en la lucha contra la guerra,
cerrar el paso a los incendiarios e influir asimismo en la política
oficial de los Estados no fascistas más importantes, para poner un freno
a los agresores fascistas desbocados.
No se puede abogar seriamente por el mantenimiento de la paz
internacional, sin adoptar, ante todo, cuantas medidas sean necesarias
para establecer el frente único de la clase obrera en cada país y la
unidad de acción de las organizaciones obreras internacionales. No se
puede luchar seriamente por la paz, sin movilizar todas las fuerzas del
movimiento obrero y de las grandes masas populares, para lograr que los
invasores fascistas sean arrojados cuanto antes del suelo de España y de
China.
La correlación entre las fuerzas de la guerra y las fuerzas de la paz
en el año 1937 no es la mismaque en el año 1914. Desde entonces, se han
operado cambios históricos muy grandes, de alcance mundial. En 1914,
los imperialistas lograron empujar a millones de hombres al infierno de
la matanza mundial, en circunstancias, en que no existía un potente
Estado proletario con su Ejército Rojo, en que no había un Frente
Popular en Francia y en España, en que el pueblo chino no estaba en
condiciones de defender su independencia nacional, en que las masas
populares no tenían la experiencia de la guerra imperialista y de la
Gran Revolución Proletaria, en que la clase obrera internacional no
contaba aún con una organización mundial como la Internacional
Comunista.
El movimiento obrero internacional dispone de fuerzas y medios
suficientes para lograr que cese la intervención del fascismo alemán e
italiano en España, que se ponga fin a la campaña de rapiña de la
pandilla militar japonesa en China y se asegure la paz internacional.
Pero, para esto, es necesario que los medios y fuerzas formidables del
movimiento obrero internacional se unan y se encaucen hacia la lucha
eficaz e inquebrantable contra el fascismo y la guerra.