Mientras prosigue la terrible crisis mundial del sistema capitalista, mientras se cierne la amenaza de Guerra Mundial y crecen las tensiones propias de un sistema moribundo, agudizado en los últimos años por los levantamientos sociales que por doquier manifiestan los síntomas de una tendencia necesaria a cambiar el mundo de base, hemos visto cómo, temporalmente y dada la debilidad de los comunistas a nivel mundial, se ha atravesado la reforma como una manera de canalizar ese inconformismo popular.
La idea de lograr mejoras para los pobres, redimir a los menos favorecidos desde los cánones y los parámetros del mismo sistema capitalista, escudándolos en “calurosos” discursos y “duras” disputas en la “tribuna parlamentaria”, ha sido hasta el momento el cauce de las luchas en la mayoría de países que se vieron agitados por la marea de la indignación popular.
Tal fue el caso del Perú, un país en el que la revuelta popular le dio la posibilidad de llegar al poder político a Pedro Castillo, un maestro “de abajo” y que pretendía resolver los problemas causados por el capitalismo, pero sin acabar con el mismo. Llegó a la presidencia en el 2021 prometiendo el paraíso a diestra y siniestra, pero en la práctica tratando de servirle a “dios y al diablo”, pactando por arriba con los monopolios y las clases dominantes para que le permitieran gobernar, mientras aplicaba una que otra reforma para paliar los ánimos y tener algo para demostrar y rendir cuentas a quienes lo habían subido al poder.
Esta complicada situación trae a la memoria la anécdota de la espada de Damocles, pues no se puede servir a dios y al diablo y salir indemne; mucho menos en medio de una crisis mundial del sistema capitalista, que obliga a todo su andamiaje y superestructura (que es la que empuja a los hombres que gobiernan la máquina llamada “Estado”), a marchar y garantizar la continuación y la reproducción de la base económica de la sociedad, lo que se traduce en defender y garantizar la ganancia capitalista, especialmente que los monopolios sigan su crecimiento y protección. No por otra razón Marx aseguró: “El Gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”.
Se dice que toda tragedia no llega sin una causa, y a los reformistas en el Perú fácilmente se les puede endilgar la confianza ingenua en la democracia burguesa y en la supuesta imparcialidad del “Estado”, en la igualdad jurídica y formal de todos los ciudadanos frente a este, y en la obediencia ciega de todos sus vasallos. Una idea errónea y alejada de la vida material de los hombres que viven en un sistema en el que competir y explotar es la regla para producir las riquezas sociales, un mundo en donde el poder político descansa sobre el poder económico y en el cual ninguna persona es igual a otra, porque “la humanidad se divide entre ricos y pobres, dueños y explotados, y si nos extraviamos de esta división fundamental y del antagonismo entre ricos y pobres, significa extraviarse de hechos fundamentales”, al decir de Stalin.
Es así que los poderosos conspiran y quieren mantener sus privilegios; la pequeña burguesía añora un pasado idílico y próspero, pero como tiene un pie en la riqueza y la pobreza, trata de conciliar los extremos, se choca con la realidad y fracasa en sus planes, tal y como le ocurrió a Castillo y le puede suceder a otros gobiernos reformistas de la región.
Desde mediados de septiembre del 2022 Castillo trató de “implementar” una serie de reformas para regular las empresas mineras trasnacionales que saqueaban y destruían el medioambiente en el Perú, no solo explotaban mano de obra muy barata, sino que los ecosistemas quedaban contaminados y arruinados, esta fue una de las quejas más sentidas durante las protestas que lo subieron al poder. El simple hecho de tratar de regular a los monopolios extranjeros fue el toque de campana para que aquellos planificaran y ejecutaran la caída de Castillo.
En las tinieblas y tras bambalinas se tejió el golpe de Estado que lo derrocó en el mes de diciembre del 2022; siguiendo y calcando el manual de intervención e injerencia en gobiernos hostiles a la seguridad de los Estados Unidos, la rancia burguesía-terrateniente peruana pasó por movilizar fuerzas sociales para defender el “derecho al trabajo” en el sector minero, manipulación mediática para desestabilizar y minar la confianza en el Gobierno, logrando agrupar y movilizar a la cúpula militar, que selló su lealtad frente al golpe; la última trinchera que logró conquistar la reacción fue el congreso, que cerró sus filas en torno a sus objetivos de derrocar a Castillo, dándole la estocada final en el mes de diciembre del año pasado.
Castillo no tenía ninguna fuerza burocrática ni material para defenderse, ni siquiera bajo las enseñanzas de El príncipe, de Nicolás Maquiavelo; demostrando que los reformistas no solo amarran al burro para la pelea contra el tigre, sino que ellos mismos son tiburones sin dientes que se enfrentan a poderosos sin escrúpulos morales. Ni siquiera tuvo tiempo para maniobrar y salir del país, el único sostén y apoyo de Castillo lo encontró en las masas que salieron a defenderlo, quienes por varios días enfrentan valientemente la represión y entregan en las calles su sangre preciosa y su libertad, ─según el reporte de defensoría del pueblo van medio centenar de muertos desde que inició las protestas─, mientras la burguesía y los terratenientes del Perú brindan por su gran hazaña.
Actualmente, el sistema capitalista en su profunda crisis pierde maniobra para dar concesiones y reformas a los oprimidos, de allí que la reacción política en toda la línea sea la política de nuestros tiempos. La añoranza de mejorar las cosas desde dentro del mismo sistema trae consecuencias que se pagan caro, pues no se puede servir a dios y al diablo a la vez; es un problema que se resuelve por la fuerza: o la burguesía y sus fuerzas siguen aplastando y explotando al proletariado, o el proletariado hace la revolución y aplasta a la burguesía y la domina.
El campo de la lucha abierta entre las clases sociales enemigas hace rato que está claramente demarcado, negarse a ello es negarse a cosas fundamentales, es negar la revolución y aprobar la contrarrevolución, como lo hizo Castillo en el pasado cuando la reacción bañaba en sangre al Perú para borrar cualquier vestigio de Partido Comunista del Perú, llamado por esta “Sendero Luminoso”. El golpe de Estado en el Perú terca y amargamente nos recuerda que en este campo nunca se es imparcial, ya que la lucha de clases es un fenómeno objetivo.
El marxismo no niega de plano las reformas, solo ve en ellas la posibilidad de continuar la lucha para reorganizar y reagrupar las fuerzas, pero siempre manteniendo la independencia de clase frente al Estado, para avanzar con pasos firmes hacia la revolución. Pero objetivamente los reformistas caminan a tientas, siguiendo un señuelo que nunca van a alcanzar, en algunos casos arrastran a sectores de las masas que se alistan en su “democrática cruzada” y objetivamente llevan las de perder porque no tienen la organización propia, no están educadas, lideradas y preparadas para una cruenta y prolongada lucha, por lo que terminan pagando caro la ensoñación de la pequeña burguesía.
De las cerca de 13 guerras civiles entre liberales y conservadores que desangraron Colombia en el siglo XIX, podríamos decir que los liberales nunca obtuvieron una conquista solida por la ingenua y supersticiosa confianza de sus líderes en la ley. “Lo pactado es ley para las partes”, rezaban los líderes liberales que conducían a las masas rebeldes, que incluso se atrevían a levantarse en armas para obtener conquistas y libertades; tan así que aún después de la magnífica victoria militar en Peralonso (1901), los líderes liberales corrieron a pactar con los “godos”, desconociendo la costumbre y maña de aquellos de ver en los pactos y los acuerdos pedazos de papeles vacíos, que les permitían maniobrar y ganar tiempo para aplastar a los líderes liberales y aplacar la rebeldía popular, como efectivamente ocurrió y ha venido ocurriendo en la historia de la lucha de clases en Colombia.
De la historia se aprende mucho, y los comunistas, si no queremos rezagarnos ni alejarnos de las masas, debemos comprender bien su instinto y sus añoranzas, luchar por conservar la independencia de las organizaciones de masas y prepararse para los descalabros de los gobiernos reformistas; no para salir en su defensa ni derramar nuestra sangre por aquellos, sino para impedir que la reacción aplaste todo espíritu de organización popular y haga y deshaga con las masas, en miras de acercar más la revolución social y destronar a todos los poderosos.
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