Durante las últimas semanas y especialmente durante los últimos días, “la sociedad estuvo en vilo” por el desenlace de las elecciones en Estados Unidos. Las impertinencias de Trump, su pretensión de mantenerse a toda costa en la Casa Blanca y la demora en presentar los resultados finales, contribuyeron a mostrar la división y la crisis política en que se encuentra la clase dominante. Una situación que ha sido aprovechada para fortalecer la mentira de que en la farsa electoral de la democracia burguesa es el pueblo quien decide los gobernantes; así como para difundir la idea de que Washington determina el rumbo de todo cuanto vaya a pasar en el mundo.
La división entre distintas facciones de la burguesía imperialista yanqui se acentúa, no tanto por las diferencias ideológicas y políticas entre republicanos, demócratas y sus derivados, sino por la forma en que cada facción propone enfrentar la aguda crisis actual del capitalismo imperialista, sistema del cual Estados Unidos se presenta como el más acabado exponente y se ha vendido como el mejor de los mundos posibles.
Por eso las elecciones de este año mostraron más claramente la división en cuanto a cual representante de la burguesía imperialista yanqui tomará el timón del Estado; es decir, a quien se considera más idóneo para administrar sus negocios comunes y defender sus intereses frente a otros imperialistas en el momento actual, cuando se enfrenta la peor crisis económica, social y política del sistema moribundo.
La puja no estaba entonces alrededor de quien es el mejor para el proletariado y los pueblos del mundo, por cuanto todos son peores, sino de resolver las contradicciones entre la burguesía imperialista estadounidense. Por eso, no es nada extraño que los sectores afines a una u otra facción en los demás países se pronunciaran a favor o en contra de uno o de otro. Una disputa a la que fueron empujados los ilusos jefes de los partidos de la pequeña burguesía y el oportunismo, arrastrando consigo a varios sectores del proletariado y de las masas populares haciéndoles creer que era necesario apoyar a Biden el demócrata, votar en contra de Trump o respaldar al “menos malo”.
Y ganó Biden porque la mayoría de la burguesía monopolista yanqui se puso de acuerdo en que necesita ahora un personaje sanguinario pero educado y sereno que defienda sus intereses con intransigencia y ejecute su dictadura sin levantar tanto alboroto, y no un vulgar monigote como el lenguaraz Trump que le echaba gasolina al incendio en que se encuentra su mundo de oropel en decadencia.
Ganó Biden, no por decisión popular, sino porque su historial criminal contra el pueblo estadounidense y los inmigrantes no deja duda de sus servicios a favor de la élite gobernante; porque a pesar de sus esfuerzos por enmascarar la reaccionaria dictadura de los monopolios contribuyendo con leyes en contra de la violencia hacia la mujer o la ley de salud a bajo costo –Obamacare, será recordado por la Biden Crime Law – Ley Biden contra el Crimen, aprobada en 1994, mediante la cual se añadieron 60 nuevos crímenes que podrían ser castigados con la pena de muerte. También será recordado porque durante la administración Obama–Biden fueron expulsados casi tres millones de indocumentados de EE.UU., muchos más que los deportados por el despreciable Trump o el repudiado Bush. Se recordará igualmente a Obama–Biden por ser la primera administración encabezada por un negro acusado de racismo, que en palabras de un activista antirracista “sí se preocupó por los intereses de Wall Street, pero que la gente negra sintió que sus vidas no le importaban”, como demostró el asesinato sistemático de jóvenes negros, la brutal represión contra sus manifestaciones y la actitud despectiva de ese gobierno frente a los hechos.
Ganó Biden además, porque en su extenso historial en los puestos del Estado ha sido un hombre implacable y desalmado a la hora de defender los intereses imperiales yanquis en el mundo: apoyó la expansión de la alianza de la OTAN en Europa del Este y su intervención en las guerras yugoslavas en la década de 1990; respaldó las agresiones contra Afganistán en 2001 e Irak en 2003; jamás se ha pronunciado a favor del desarme nuclear ni se opone a la carrera armamentista de su país, aunque estuvo al frente del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas – STAR III, firmado con Rusia en 2010 para desechar las armas obsoletas; brindó el respaldo a la intervención militar de la ONU en Libia en 2011; fue cómplice de la política criminal de Obama quien, mientras hablaba de paz y de un Estado Palestino y un Estado de Israel entregó 38.000 millones de dólares en ayuda militar al segundo, la mayor cantidad concedida por Washington a cualquier país y, por supuesto, promovió la utilización de bombardeos con drones y los ataques a Somalia, Pakistán y otros países que no son de público conocimiento en su mayoría, pero sucedieron, como también existen cientos de bases militares estadounidenses en otros países, incluida Colombia. En resumen, la clase dominante de EE.UU. tiene en Biden un hombre de confianza a la hora de una posible confrontación internacional o cuando se trate de una invasión a cualquier país.
Ganó Biden y las huestes del reformismo pequeño burgués y oportunista están alborozadas, pero en los próximos meses el mundo sabrá que no era tan diferente de Trump, pues el capitalismo imperialista no tiene otra posibilidad de garantizar su subsistencia sino a cuenta de devorar a los hombres que producen la riqueza y de destruir la naturaleza. Lo cual significa imponer mayores sacrificios a los trabajadores y recortes de beneficios sociales adquiridos con lucha; mayor expoliación y saqueo de los países oprimidos; mayores conflictos internacionales para apoderarse de mercados, fuentes de materias primas y fuerza de trabajo; así como mayor saqueo de los recursos naturales con métodos destructivos de la naturaleza y del medio ambiente. Eso es todo lo que hará Biden, quien está obligado, por las contradicciones del sistema que defiende y representa, a atizar la lucha de clases, a acrecentar el odio de los pueblos contra el imperialismo yanqui, a proseguir en los preparativos de la guerra imperialista, a ocasionar mayor división entre la propia burguesía imperialista en Estados Unidos… en fin, a desatar nuevas fuerzas contra el sistema, mejorando las condiciones para el triunfo de la revolución y el socialismo.
Ganó Biden pero nada cambiará para mejorar el mundo y por eso el proletariado y el pueblo en Estados Unidos deben prepararse para tumbarlo junto con todo lo que él representa. No existe otro camino, el proletariado no puede hacerse ilusiones en que Biden cambiará las cosas, en momentos que la burguesía mundial se enfrenta a la necesidad de darle oxígeno a su sistema moribundo y putrefacto, un sistema que ha demostrado en los últimos meses ser la peor pandemia y está alentando las fuerzas de la Revolución Proletaria Mundial que deben sepultarlo.
Comité de Dirección – Unión Obrera Comunista (mlm)
Noviembre 7 de 2020
Fuente:
No hay comentarios.:
Publicar un comentario