Gráfica soviética de la Comuna de París |
Tomado de: Asociación de Nueva Democracia
El Presidente
Gonzalo nos plantea que en el proceso de la revolución mundial de barrimiento
del imperialismo y la reacción de la faz de la tierra hay tres momentos: 1º Defensiva estratégica; 2º Equilibrio
estratégico; y 3º Ofensiva estratégica de la revolución mundial. Esto lo
hace aplicando la ley de la contradicción a la revolución pues la contradicción
rige en todo y toda contradicción tiene dos aspectos en lucha, en este caso
revolución y contrarrevolución. La defensiva estratégica de la revolución mundial
opuesta a la ofensiva de la contrarrevolución arranca desde 1871 con la Comuna
de París y termina en la II guerra mundial; el equilibrio estratégico se da en
torno al triunfo de la revolución china, a la Gran Revolución Cultural
Proletaria y al desarrollo del poderoso movimiento de liberación nacional;
posteriormente la revolución entra a la ofensiva estratégica, este momento se
puede ubicar en torno a los 80 en que vemos signos como la guerra Irán-Irak,
Afganistán, Nicaragua, el inicio de la guerra popular en el Perú, época
inscrita en los "próximos 50 a 100 años"; de ahí para adelante se
desarrollará la contradicción entre el capitalismo y el socialismo cuya
solución nos llevará al comunismo. Concebimos un proceso largo y no corto, con
la convicción de entrar al comunismo así se pase por una serie de sinuosidades
y reveses que necesariamente habrá. Además no es extraño que apliquemos los
tres momentos a la revolución mundial, pues, el Presidente Mao los aplicó al
proceso de la guerra popular prolongada. Y como comunistas debemos mirar no
sólo el momento, sino los largos años por venir.
(Partido Comunista del Perú, Línea Internacional, 1988)
V.
I. Lenin. En memoria de la Comuna
Primera
edición: En Rabóchaia Gazeta, núm.4-5, 15 (28) de abril de 1911.
Han pasado
cuarenta años desde la proclamación de la Comuna de París. Según la costumbre
establecida, el proletariado francés honró con mítines y manifestaciones la
memoria de los hombres de la revolución del 18 de marzo de 1871. A finales de
mayo volverá a llevar coronas de flores a las tumbas de los communards fusilados, víctimas de la
terrible “Semana de Mayo”, y ante ellas volverá a jurar que luchará sin
descanso hasta el total triunfo de sus ideas, hasta dar cabal cumplimiento a la
obra que ellos le legaron.
¿Por qué el
proletariado, no sólo francés, sino el de todo el mundo, honra a los hombres de
la Comuna de París como a sus predecesores? ¿Cuál es la herencia de la Comuna?
La Comuna surgió
espontáneamente, nadie la preparó de modo consciente y sistemático. La
desgraciada guerra con Alemania, las privaciones durante el sitio, la
desocupación entre el proletariado y la ruina de la pequeña burguesía, la
indignación de las masas contra las clases superiores y las autoridades, que
habían demostrado una incapacidad absoluta, la sorda efervescencia en la clase
obrera, descontenta de su situación y ansiosa de un nuevo régimen social; la
composición reaccionaria de la Asamblea Nacional, que hacía temer por el
destino de la República, todo ello y otras muchas causas se combinaron para
impulsar a la población de París a la revolución del 18 de marzo, que puso
inesperadamente el poder en manos de la Guardia Nacional, en manos de la clase
obrera y de la pequeña burguesía, que se había unido a ella.
Fue un acontecimiento
histórico sin precedentes. Hasta entonces, el poder había estado, por regla
general, en manos de los terratenientes y de los capitalistas, es decir, de sus
apoderados, que constituían el llamado gobierno. Después de la revolución del
18 de marzo, cuando el gobierno del señor Thiers huyó de París con sus tropas,
su policía y sus funcionarios, el pueblo quedó dueño de la situación y el poder
pasó a manos del proletariado. Pero en la sociedad moderna, el proletariado,
avasallado en lo económico por el capital, no puede dominar políticamente si no
rompe las cadenas que lo atan al capital. De ahí que el movimiento de la Comuna
debiera adquirir inevitablemente un tinte socialista, es decir, debiera tender
al derrocamiento del dominio de la burguesía, de la dominación del capital, a
la destrucción de las bases mismas del régimen social contemporáneo.
Al principio se
trató de un movimiento muy heterogéneo y confuso. Se adhirieron a él los
patriotas, con la esperanza de que la Comuna reanudaría la guerra contra los
alemanes, llevándola a un venturoso desenlace. Los apoyaron asimismo los
pequeños tenderos, en peligro de ruina si no se aplazaba el pago de las deudas
vencidas de los alquileres (aplazamiento que les negaba el gobierno, pero que
la Comuna les concedió). Por último, en un comienzo también simpatizaron en
cierto grado con él los republicanos burgueses, temerosos de que la
reaccionaria Asamblea Nacional (los “rurales”, los salvajes terratenientes)
restablecieran la monarquía. Pero el papel fundamental en este movimiento fue
desempeñado, naturalmente, por los obreros (sobre todo, los artesanos de
París), entre los cuales se había realizado en los últimos años del Segundo
Imperio una intensa propaganda socialista, y que inclusive muchos de ellos
estaban afiliados a la Internacional.
Sólo los obreros
permanecieron fieles a la Comuna hasta el fin. Los burgueses republicanos y la
pequeña burguesía se apartaron bien pronto de ella: unos se asustaron por el
carácter socialista revolucionario del movimiento, por su carácter proletario;
otros se apartaron de ella al ver que estaba condenada a una derrota
inevitable. Sólo los proletarios franceses apoyaron a su gobierno, sin temor ni
desmayos, sólo ellos lucharon y murieron por él, es decir, por la emancipación de
la clase obrera, por un futuro mejor para los trabajadores.
Abandonada por
sus aliados de ayer y sin contar con ningún apoyo, la Comuna tenía que ser
derrotada inevitablemente. Toda la burguesía de Francia, todos los
terratenientes, corredores de bolsa y fabricantes, todos los grandes y pequeños
ladrones, todos los explotadores, se unieron contra ella. Con la ayuda de
Bismarck (que dejó en libertad a 100.000 soldados franceses prisioneros de los
alemanes para aplastar al París revolucionario), esta coalición burguesa logró
enfrentar con el proletariado parisiense a los campesinos ignorantes y a la
pequeña burguesía de provincias, y rodear la mitad de París con un círculo de
hierro (la otra mitad había sido cercada por el ejército alemán). En algunas
grandes ciudades de Francia (Marsella, Lyon, Saint-Etienne, Dijon y otras) los
obreros también intentaron tomar el poder, proclamar la Comuna y acudir en
auxilio de París, pero estos intentos fracasaron rápidamente. Y París, que
había sido la primera en enarbolar la bandera de la insurrección proletaria,
quedó abandonada a sus propias fuerzas y condenada una muerte cierta.
Para que una
revolución social pueda triunfar, necesita por lo menos dos condiciones: un
alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para
ella. Pero en 1871 se carecía de ambas condiciones. El capitalismo francés se
hallaba aún poco desarrollado, y Francia era entonces, en lo fundamental, un
país de pequeña burguesía (artesanos, campesinos, tenderos, etc.). Por otra parte,
no existía un partido obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había
tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría ni siquiera comprendía con
claridad cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una
organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni
sociedades cooperativas...
Pero lo que le
faltó a la Comuna fue, principalmente tiempo, posibilidad de darse cuenta de la
situación y emprender la realización de su programa. No había tenido tiempo de
iniciar la tarea cuando el gobierno, atrincherado en Versalles y apoyado por
toda la burguesía, inició las operaciones militares contra París. La Comuna
tuvo que pensar ante todo en su propia defensa. Y hasta el final mismo, que
sobrevino en la semana del 21 al 28 de mayo, no pudo pensar con seriedad en
otra cosa.
Sin embargo,
pese a esas condiciones tan desfavorables y a la brevedad de su existencia, la
Comuna adoptó algunas medidas que caracterizan suficientemente su verdadero
sentido y sus objetivos. La Comuna sustituyó el ejército regular, instrumento
ciego en manos de las clases dominantes, y armó a todo el pueblo; proclamó la
separación de la Iglesia del Estado; suprimió la subvención del culto (es
decir, el sueldo que el Estado pagaba al clero) y dio un carácter estrictamente
laico a la instrucción pública, con lo que asestó un fuerte golpe a los
gendarmes de sotana. Poco fue lo que pudo hacer en el terreno puramente social,
pero ese poco muestra con suficiente claridad su carácter de gobierno popular,
de gobierno obrero: se prohibió el trabajo nocturno en las panaderías; fue abolido
el sistema de multas, esa expoliación consagrada por ley de que se hacía
víctima a los obreros; por último, se promulgó el famoso decreto en virtud del
cual todas las fábricas y todos los talleres abandonados o paralizados por sus
dueños eran entregados a las cooperativas obreras, con el fin de reanudar la
producción. Y para subrayar, como si dijéramos, su carácter de gobierno
auténticamente democrático y proletario, la Comuna dispuso que la remuneración
de todos los funcionarios administrativos y del gobierno no fuera superior al
salario normal de un obrero, ni pasara en ningún caso de los 6.000 francos al
año (menos de 200 rublos mensuales).
Todas estas
medidas mostraban elocuentemente que la Comuna era una amenaza mortal para el
viejo mundo, basado en la opresión y la explotación. Esa era la razón de que la
sociedad burguesa no pudiera dormir tranquila mientras en el ayuntamiento de
París ondeara la bandera roja del proletariado. Y cuando la fuerza organizada
del gobierno pudo, por fin, dominar a la fuerza mal organizada de la
revolución, los generales bonapartistas, esos generales batidos por los
alemanes y valientes ante sus compatriotas vencidos, esos Rénnenkampf y
Meller-Zakomielski franceses, hicieron una matanza como París jamás había
visto. Cerca de 30.000 parisienses fueron muertos por la soldadesca
desenfrenada; unos 45.000 fueron detenidos y muchos de ellos ejecutados
posteriormente; miles fueron los desterrados o condenados a trabajar forzados.
En total, París perdió cerca de 100.000 de sus hijos, entre ellos a los mejores
obreros de todos los oficios.
La burguesía
estaba contenta. “¡Ahora se ha acabado con el socialismo para mucho tiempo!”,
decía su jefe, el sanguinario enano Thiers, cuando él y sus generales ahogaron
en sangre la sublevación del proletariado de París. Pero esos cuervos burgueses
graznaron en vano. Después de seis años de haber sido aplastada la Comuna,
cuando muchos de sus luchadores se hallaban aún en presidio o en el exilio, se
iniciaba en Francia un nuevo movimiento obrero. La nueva generación socialista,
enriquecida con la experiencia de sus predecesores, cuya derrota no la había
desanimado en absoluto, recogió la bandera que había caído de las manos de los
luchadores de la Comuna y la llevó adelante con firmeza y audacia, al grito de
“¡Viva la revolución social, viva la Comuna!” Y tres o cuatro años más tarde,
un nuevo partido obrero y la agitación levantada por éste en el país obligaron
a las clases dominantes a poner en libertad a los communards que el gobierno aún mantenía presos.
La memoria de
los luchadores de la Comuna es honrada no sólo por los obreros franceses, sino
también por el proletariado de todo el mundo, pues aquella no luchó por un
objetivo local o estrechamente nacional, sino por la emancipación de toda la
humanidad trabajadora, de todos los humillados y ofendidos. Como combatiente de
vanguardia de la revolución social, la Comuna se ha ganado la simpatía en todos
los lugares donde sufre y lucha el proletariado. La epopeya de su vida y de su
muerte, el ejemplo de un gobierno obrero que conquistó y retuvo en sus manos
durante más de dos meses la Capital del mundo, el espectáculo de la heroica
lucha del proletariado y de sus sufrimientos después de la derrota, todo esto
ha levantado la moral de millones de obreros, alentado sus esperanzas y ganado
sus simpatías para el socialismo. El tronar de los cañones de París ha
despertado de su sueño profundo a las capas más atrasadas del proletariado y ha
dado en todas partes un impulso a la propaganda socialista revolucionaria. Por
eso no ha muerto la causa de la Comuna, por eso sigue viviendo hasta hoy día en
cada uno de nosotros.
La causa de la Comuna es la causa de la revolución social, es la causa de la completa emancipación política y económica de los trabajadores, es la causa del proletariado mundial. Y en este sentido es inmortal.
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